lunes, 13 de febrero de 2012

LAS PINTURAS NEGRAS DE GOYA

Recuerdo que hace un par de años fui a una conferencia bastante interesante que dio Iker Jiménez en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. El tema era la evolución social del terror a lo largo de la historia: desde las supersticiones más infundadas transmitidas de generación en generación hasta el miedo al fin del mundo. Sin duda, un tema muy complejo y extenso, pero que yo creo que supo llevar bastante bien, dada la duración de la charla. El caso es que, cuando un espontáneo del público le preguntó qué era lo que más genuinamente le daba miedo a él, no dudó un instante: ni películas ni libros ni leyendas urbanas... sino las pinturas negras de Goya. Como sabéis, las llamadas "pinturas negras" del magistral pintor español Francisco de Goya y Lucientes son una serie de 14 obras murales que creó para decorar su casa, la Quinta del Sordo, y que a partir de 1874 fueron trasladadas a lienzo. La "negrura" de la denominación de esta obra hace referencia no solo a la paleta de color usada por el artista (colores muy apagados, casi mortecinos), sino también a lo sombrío de los temas expresados. Hay que puntualizar que dichas obras llegaron con un Goya que había tenido la desgracia de ver y vivir en carnes propias algunas de las peores experiencias con las que se puede enfrentar un ser humano: una guerra muy sangrienta (que dio pie a algunas obras tan icónicas y espeluznantes como "Los fusilamientos del 3 de mayo") o una grave enfermedad que lo tuvo postrado y al borde de la muerte (pasaje también reflejado en una obra tan insólita y perturbadora como "Goya atendido por el doctor Arrieta"). Las pinturas negras, sin embargo, destacan por ser algunas de las obras más herméticas y enigmáticas de la historia del arte en general. El único nexo común es la paleta cromática (que suele tender a reflejar escenas nocturnas), la composición novedosa de figuras descentradas (a veces rayanas en la monstruosidad) y esos temas normalmente oscuros, sórdidos y de intenciones ambiguas. Ni siquiera los historiadores del arte se ponen de acuerdo a la hora de dar una explicación más o menos homogénea y consensuada a esta obra inclasificable. Por lo que a mí respecta, este fin de semana pude admirarlas en el Museo del Prado de Madrid y solo puedo decir que es una experiencia que os recomiendo. No solo por la belleza sobrecogedora que exudan, sino porque en efecto transmiten ese sentido del horror en muchos casos sobrenatural que tan bien explicó Iker Jiménez en su ponencia.



El Aquelarre: Inquietante, aunque no es la primera vez que Goya dedicaba una de sus obras al tema de la brujería (según algunos historiadores del arte, a modo de crítica a la ignorancia supersticiosa del pueblo llano).


Saturno devorando a un hijo: Tema mitológico para dar carne (nunca mejor dicho) a una de las combinaciones más aberrantes que se nos pueden ocurrir: filicidio + locura + canibalismo.


Átropos o Las parcas: Otro tema mitológico de fondo misterioso.


Dos viejos comiendo sopa: Con franqueza, yo no sé de qué era la sopa que estaban comiendo estos dos ancianitos con aspecto de (respectivamente) bruja y esqueleto... pero ni ganas, la verdad.


La romería de San Isidro: Mi favorito. ¿Cómo pudo Goya convertir una festividad tan alegre en esta manifestación de carácter "pesadillesco" tan marcado? He leído por ahí que las figuras transmiten una crítica a la vulgar ebriedad de un pueblo festejando... pero yo me fijo en la cara desquiciada de esa figura inferior tocando la guitarra, la maldad que exudan algunas expresiones o, sencillamente, la cara de terror puro de la figura con sombrero que se encoge a la izquierda de la fila inferior y no sé qué pensar. Recuerdo que este lienzo es el que más me impresionó en el Prado y, viéndolo, imaginé el espanto de caer dentro del cuadro y unirse a esa romería de pesadilla. El horror, sin más. (Os invito a que hagáis click en la imagen para verla con más detalle).



La pradera de San Isidro: Y como contrapunto a la obra anterior, aquí tenemos otra que pintó Goya muchos años antes para retratar precisamente la misma festividad. El contraste es doliente.