lunes, 9 de febrero de 2015

VIOLENCIA, INCESTO Y DUALIDAD: UN ANÁLISIS DISTINTO DE "STOKER", DE PARK CHAN WOOK



 

Ocurre demasiado a menudo que juzgamos las obras de ficción (ya sean películas, ya sean libros) de manera precipitada, basándonos en un solo visionado o lectura y, en muchos casos, absolutamente convencidos de que los equivocados no somos nosotros, sino la obra... o el autor, que para el caso es lo mismo. Ocurre también a veces que revisionamos una película o releemos un libro y, de pronto, descubrimos que esta vez nos ha gustado más. Aunque, sin duda, el caso más extraño se produce cuando una película la vemos varias veces y a cada visionado encontramos pequeños detalles que van aportándole significado hasta conformar una obra más compleja de lo que nos había parecido en un principio.

A este tercer y selecto club pertenece Stoker, de Park Chan Wook. Una película que me gustó desde la primera vez que la vi, pero a la que, admito, subestimé incluso en este vuestro blog, donde la recomendaba más por su apabullante aspecto formal y plástico que por una historia que poco me faltó para tachar de simplona y predecible. Porque, sí, amigos, yo también caí en la estrechez de miras de muchos críticos y espectadores que no vieron en esta película sino un remake inconfeso de la hitchcockiana La sombra de una duda. Como si argumentalmente tuvieran lo más mínimo que ver la una con la otra, más allá de lo obvio (y, creedme, en el caso que nos ocupa lo obvio es lo de menos). Afortunadamente, llevado por la fascinación que me provocan las imágenes de este filme, lo he revisionado varias veces. Y entonces he empezado a hacerme preguntas sobre esos datos aparentemente irrelevantes que salpican su metraje y que, para mí (subrayo: para mí), le aportan un significado muchísimo más complejo de lo que me pareció en un principio. Porque, vamos a decirlo de una vez por todas: Stoker no solo es un deslumbrante ejercicio de estilo; también es una historia compleja y densa que cuenta muchas cosas a través de ese estilo, como veremos en esta entrada. Obsta advertiros que va a estar cuajadita de spoilers, así que si no habéis visto la peli, os invito a detener la lectura.
 


LA BILDUNGSROMAN
No seré el primero en descubriros que la película de Wook (ese thriller tan bonito pero poco original, como muchos piensan) habla del despertar sexual y, en resumidas cuentas, del paso a la edad adulta. Porque, sí, en cierto modo, la historia de India Stoker trata de una joven que, a lo largo de la película, crece y pasa de ser una adolescente insegura y arisca a una mujer hecha y derecha con gran confianza en sí misma. La propia India nos lo anticipa en la secuencia inicial con una claridad casi pornográfica: Solo si entiendes eso puedes ser libre. Y hacerse adulto es volverse libre. Más claro, agua. Aunque, por si nos quedábamos con la duda, tenemos una no por obvia menos poderosa imagen: esos zapatos de tacón alto púrpuras que le regala su tío Charlie en su décimo octavo cumpleaños (paso a la edad adulta), y que sustituyen los zapatos bicolor más infantiles (o más «neutros», por lo menos) que siempre le había regalado hasta entonces.
 
Sea como sea, lo relevante de todo esto es que semejante pedazo de bildungsroman se explora no mediante la consabida tragicomedia o el drama de turno, sino bajo un inesperado envoltorio de cine de género (thriller, para más señas, aunque con un uso del lenguaje cinematográfico que entronca con el fantástico más terrorífico).


LA FAMILIA
Pero mucho me temo que quedarnos en eso sería quedarnos cortos, y el título de la película nos proporciona la pista decisiva al respecto. Fijaos en que el filme no se llama India, como nuestra protagonista, sino que toma el título de su apellido: Stoker. No en vano, esta es la historia de toda una familia y de cómo unos erosionan, constriñen y, en definitiva, influyen en otros para moldearlos como personas (entendido esto de «moldear» en el mejor y en el peor sentido). Ya en la secuencia de arranque, India nos lo deja bien clarito con su monólogo: Al igual que una flor no elige su color, no somos responsables de lo que acabamos siendo. Al final/inicio, India admite que ella misma está compuesta por fragmentos de otros: viste la blusa de su madre ceñida con el cinturón de su padre… y en los pies, unos zapatos que le ha regalado su tío. Por supuesto, estos meros objetos no son sino metáforas de cómo en una familia los adultos influyen en los más jóvenes para ir conformándolos, y que a fin de cuentas todo adulto es el resultado de sus relaciones con otros miembros de su familia.

Pero esto no solo es aplicable a India, sino también a Charlie. Y es que cuando la joven se pone por primera vez las gafas de sol de su tío (gafas con las que, no lo olvidemos, ella empieza a ver la realidad con «los oscuros ojos de otra persona»), desconocemos que esas no son las gafas de Charlie, sino las de su hermano y padre de India, a quien el otro ha asesinado.

Del mismo modo, es cierto que India «hereda» el cinturón de su padre, pero no directamente de su progenitor, sino a través de su tío Charlie, que se ve obligado a ponérselo porque los pantalones de Richard (también heredados) le vienen demasiado grandes. ¿Es una casualidad que, en manos de Charlie, el cinturón del padre de India acabe siendo un arma homicida? Claro que no lo es. Pero ahora prefiero que os quedéis con que las prendas y los accesorios heredados son una constante en el filme de Wook, y que por supuesto no representan sino las características que heredamos debido a nuestras redes de relaciones familiares. Esta noche intentaré dormir imaginándome que te harás mayor y heredarás nuestro apellido, escribe Charlie a su sobrina en un momento de la película. Pero ella lo tiene aún más claro que él: No hace falta ser amigos: somos familia.

 

RICHARD, EL GRAN DESCONOCIDO
El padre de India, esposo de Evelyn y hermano de Richard es el gran desconocido en esta historia. Y sin embargo, resulta ser el personaje que más me ha acabado intrigando en sucesivos visionados, precisamente por lo poco que sabemos de él y las múltiples conjeturas que cabe hacerse gracias a los datos que van salpimentando la historia. La película arranca justo con su muerte, o mejor dicho, con el anuncio de su muerte, bellamente ilustrado con la tarta del cumpleaños de India, cuyas velas se apagan al encerrarla bajo una campana de cristal justo antes del grito desgarrador de Evelyn al enterarse del supuesto accidente. Porque, con las velas, no solo se apaga la vida de Richard, sino también algo dentro de India (no en vano, es su tarta, no la de su padre).

Pero lo interesante viene después de este melodramático comienzo. Concretamente, en la ceremonia del entierro. Pues, aunque nosotros no somos muy conscientes en un primer visionado, durante el servicio el cura dice constantes mentiras sobre el difunto. La primera es que fue un marido entregado a su esposa Evelyn, cuando la propia viuda nos deja clarísimo más adelante que su matrimonio hacía aguas desde hacía tiempo (Tu padre y yo no siempre estuvimos distanciados). La segunda, que fue un hombre que camina por el mundo con franqueza, honestidad e integridad. Esto último es particularmente sangrante cuando, como descubrimos después, Richard no dejaba de manejar secretos y de mentir a su entorno. A India jamás le contó que tenía un tío, pero con los demás tampoco fue mucho más sincero al decirles que Charlie estaba no internado en un psiquiátrico, sino viajando por el mundo. Para colmo, siempre ocultó a Evelyn los auténticos motivos por los que llevaba a India a cazar al bosque (y a saber si no le ocultaba algo más, como expondré luego…). Así que de marido entregado y hombre franco y honesto, nada.

Otro punto interesante, y no menos revelador, es la reacción de los asistentes al funeral en la casa de los Stoker después del entierro. Todos sabemos que los funerales estadounidenses (abundantes en comida y celebración) son muy distintos al melodrama fúnebre español, pero aun así lo que sucede en casa de los Stoker se pasa de castaño oscuro. Los cuchicheos resultan incesantes, desde los de las criadas en la cocina, comentando detalles morbosos sobre la muerte de Richard, hasta los de los invitados en el salón, que parecen más expectantes por la presencia del hermano del difunto que apenados por el interfecto. En un plano, observamos a Evelyn casi coqueteando con su cuñado y, para colmo, sosteniendo una copa de vino que no suelta en todo el funeral de su marido. La imagen resulta tan sórdida que asusta. Es como si la presencia del «reaparecido» Charlie hubiera vampirizado por completo la de su «desaparecido» hermano Richard. Quiero agradecerle sus palabras de esta mañana, le dice Evelyn al cura. Y más le vale darle las gracias por haber encontrado unas palabras amables que dedicarle a Richard en el funeral, porque desde luego en la casa ya casi nadie se acuerda de él. Ni siquiera su hermano, de quien alguien dice: Es irrespetuoso que no vaya de negro al funeral de su hermano. A mí lo que me parece irrespetuoso es que estés cotilleando en un funeral como una alcahueta, dan ganas de soltarle. Pero mejor no, que bastante tiene el pobre Richard con lo que tiene.


La única que parece (subrayo: parece) tomarse la muerte de su padre algo más en serio es India, quien no duda en restregar en la cara de todo el mundo lo frívolamente que se están tomando el asunto, tanto en el funeral como al día siguiente. Como si le molestara acarrear ella sola todo el luto por la muerte de su padre. He aquí unos ejemplos:

Señora McGarrick: India, ¿te ocurre algo?


India: (Con severidad, como si le pareciera demasiado evidente) Sí: mi padre ha muerto.
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Charlie: Lo siento mucho.


India: También lo has perdido tú.
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Evelyn: ¿Por qué no salimos de aquí? De compras, a comer un helado…


India: En la era victoriana, una viuda llevaba luto durante dos años. Como mínimo.


INDIA, CHARLIE Y LA VIOLENCIA

Durante la película, observamos en diversas ocasiones que a India y a Charlie los conecta «algo» (su gusto por la violencia, como descubrimos poco a poco). Nos lo anticipa, ante todo, la voz susurrante del tío en la distancia, que lo une de forma casi extrasensorial con su sobrina durante el entierro de Richard. Una unión que, por cierto, va a más cuando Charlie siempre parece saber con exactitud dónde se encuentra su sobrina. Pero también hay una conversación interesante que tiene lugar en la casa tras el funeral cuando, rodeado por un grupo de personas, Charlie valora un jarrón de cristal: Eran parte de un juego de cuatro, pero yo rompí uno siendo niño. Y ahora veo que, en esta casa, alguien ha debido romper otro. Se trata de una acusación coqueta dirigida sin muchos rodeos a su propia cuñada, quien no duda en negar la acusación y afirmar que el jarrón se rompió al desembalar unas cajas durante la mudanza. Quizá Evelyn tenga razón… o quizá no. Tal vez no sea tan descabellado pensar que India, esa muchacha atraída por la destrucción, que se explota burbujitas de pus en el pie y se deleita en la cocina escuchando cómo se quiebran las cáscaras de los huevos cocidos, que tiene una conexión especial con su tío, hubiera roto el jarrón al igual que él en su infancia.

Pero hay muchos más motivos visuales que subrayan una y otra vez esa conexión especial (¿genética, tal vez?). India haciendo el «ángel de nieve» en su cama del mismo modo que el pequeño Charlie lo hizo sobre el montón de tierra donde había enterrado a su hermano pequeño. Charlie rehuyendo el abrazo de la directora del psiquiátrico del mismo modo que India había rehuido antes el abrazo de su tía Gil. India probándose las gafas de sol de su tío, curiosa por «ver el mundo con los ojos de él». El rostro de India salpicado de la sangre de su padre durante el relato que Charlie le hace en flashback del asesinato de Richard. Y, por si esto no fuera suficiente, las cartas que el tío escribió y nunca le fueron entregadas a su sobrina, donde se alcanza el mayor grado de explicitud: Siento las cosas con tanta agudeza que es casi insoportable. Y me pregunto si también para ti la vida se ve dificultada por el hecho de que puedes oír lo que otros no oyen, ver lo que otros no ven (…) Sé que en tu interior te sientes algo sola porque eres la única. Pero quiero que sepas que estoy contigo, pues compartimos la misma sangre. Esta noche intentaré dormirme imaginándome que te harás mayor y heredarás nuestro apellido. India llora al verse identificada con alguien que es como ella.


CHARLIE, EL DOPPLENGÄNGER DE RICHARD
Si antes decíamos que la presencia de Charlie en el funeral de su hermano parece haber vampirizado la ausencia de este, podríamos afirmar que en los días posteriores la acaba borrando de un plumazo. De hecho, Charlie se convierte en el sustituto perfecto de Richard en casa de los Stoker, ya que tanto Evelyn como India acaban proyectando en él la imagen que tenían del desaparecido.

En el caso de Evelyn es evidente, pues resulta la primera en caer rendida a sus encantos. Refiriéndose a su esposo, le dice a India mientras observa a su atractivo cuñado: Echo de menos cuando él era… joven. Pero la cosa no queda ahí, pues durante la cena que ha cocinado Charlie esa misma noche no duda en decir: Hubo un tiempo en que Richard cocinaba platos así. A los pocos días de la muerte del patriarca Stoker, su viuda ya se ha quitado el anillo de bodas, mientras toca el piano con su cuñado. Y, por supuesto, ambos no tardan en besarse apasionadamente bailando el Summer Wine.

El caso de India es menos obvio, más resbaladizo, pero también ella proyecta de forma más o menos clara a su padre en Charlie, como dice de manera muy explícita la primera vez que hablan en las escaleras de la casa: Te pareces a mi padre. Y, es más, del mismo modo que la joven iba con su padre al bosque a cazar animales, también acabará yendo con su tío a «cazar» personas.

Llegados a este punto, nos conviene hacernos por fin la pregunta peliaguda, el dilema complicado de resolver: si tanto se parece Charlie a su hermano, entendemos que Evelyn se sienta fuertemente atraída por él… pero ¿qué pasa con India, que también se siente atraída por su tío, como vamos viendo a lo largo de la historia? ¿Qué nos dice esto de la relación de India con su difunto padre?


INCESTO

Admito que esta es la parte más polémica del artículo, la más difícil de demostrar, la más (digamos) subjetiva. Pero trataré de ilustrarla de la mejor forma y, a partir de aquí, que cada cual decida si quedarse con mi interpretación o con otra. Como comentaba antes, Charlie y Richard son muy parecidos físicamente, y eso es algo que tanto Evelyn como India reconocen. Que Evelyn se sienta atraída por su cuñado tan pronto puede resultar chocante, pero desde luego también comprensible, pues a fin de cuentas revive la mejor imagen que conserva de su difunto marido. Y no sé a vosotros, pero a mí que India se sienta atraída por su tío se me antoja doblemente escandaloso, máxime cuando este se parece al difunto padre de la chica. Es como una pulsión incestuosa por partida doble.


En la relación India-Charlie me interesa sobre todo defender esa idea: pulsión. Porque, técnicamente, no hay incesto. Ni siquiera sabemos con certeza si Charlie está interesado en su sobrina a nivel sexual. Pero no cabe duda de que ella sí está sexualmente interesada por ese «sustituto de su padre», como demuestra, primero, su fantasía erótico-romántica al piano, y después, su masturbación en la ducha tras el asesinato que ambos han cometido (si bien en esa masturbación se mezcla tanto la excitación por la violencia como por haberla compartido con su tío).

Sea como sea, esto nos lleva a una pregunta inevitable: ¿qué había entre India y su padre? India y él estaban tan unidos…, afirman las criadas en la cocina. Una frase que, por cierto, contrasta con notable violencia con ese Tu padre y yo no siempre estuvimos distanciados, como admite Evelyn el día posterior al funeral. ¿Explicaría esto la rivalidad entre madre e hija? No del todo, habida cuenta de que Evelyn sí desea una (inexistente) relación más estrecha con su hija: Todos estos años saliendo a cazar con él, y todo lo que te pido es una tarde conmigo… De hecho, es India quien mantiene una postura de clara hostilidad hacia su madre. Pero ¿por qué? ¿No es un poco extraño que padre e hija mantengan una relación tan estrecha, al mismo tiempo que ambos (subrayo: ambos) mantienen una relación de distanciamiento con la madre y esposa? ¿Por qué?

Evelyn: (Hablando de su esposo) Le enorgullecía cómo cazaba India y disecaba todo lo que ella mataba.


Charlie: (Observando pensativo el pájaro disecado) Estos viven en lo más profundo del bosque. Son difíciles de cazar.

El diálogo que acabo de reproducir fue el que me despertó las preguntas más serias sobre el argumento de Stoker, al menos desde el punto de vista del incesto (ya no como posibilidad, sino como acto consumado). Porque, si Richard iba con India al bosque tan solo para que ella cazara y así se desfogase dando rienda suelta a su instinto asesino, ¿realmente era necesario internarse tanto en la espesura? ¿Por qué se adentraban hasta lo más profundo? ¿Qué pasaría si el padre de India sí tuvo con su hija (aunque solo hubiera sido una vez) la relación incestuosa que esta no llega a mantener con su tío? Naturalmente, me obsesioné con encontrar «pruebas» allí donde la narración explícita no explicaba nada más, y para ello lo más práctico era ver si detectaba en India algunas características clásicas de los adolescentes víctimas de abusos sexuales. Y vaya si las encontré…


Rechazo del contacto físico. Evelyn afirma durante el funeral que a su hija no le gusta que la toquen. De hecho, India no solo rehúye el contacto con su madre, sino también con su tía Gil cuando va a abrazarla en la despedida. Incluso en el instituto es vox pópuli que no le gusta que la toquen, como confirma el joven Whip en los columpios (muy elocuente, por cierto, que India se halle en un entorno infantil justo antes de seducirlo y matarlo, como subrayado de esa dualidad que siempre hay en ella). ¿Ya no tienes miedo a que te toquen?, dice el chico. Y sin embargo, en la foto de caza junto a su padre, el progenitor apoya la mano en el hombro de India.


Trastornos alimentarios/Cambios en los hábitos de comida. Uno podría pensar en la anorexia como trastorno prototípico, pero no: la bulimia es el trastorno alimentario por excelencia entre víctimas de abuso sexual. Y el hecho es que, aunque sea uno de los puntos más complicados de ver en un visionado superficial de la cinta, os aseguro que India se pone fina durante la película. Lamentará mucho la muerte de su padre, pero desde luego no se le ha cerrado el estómago, pues la comida es una constante en Stoker, o al menos en la Stoker menor (por el contrario, su madre Evelyn está más interesada en la bebida, como queda claro con esa copa de vino que sujeta con frecuencia).
 
Pero volviendo a India y su obsesión con la comida, cuando Charlie regresa de comprar helados con Evelyn, le dice a su sobrina que ha traído uno de chocolate y uno de vainilla, y que cuál prefiere. La joven no se posiciona, no, ella lo quiere todo: Me gustan los dos mezclados. También durante la cena del día posterior al entierro de su padre, India devora la cena que ha preparado su tío, quien bromea: India se lo ha terminado todo. Casi ha lamido el plato. (Para echar tanto de menos a su padre, el apetito no lo ha perdido). Pero resulta aún más significativo que en la cena con tía Gin la única que realmente está comiendo (y con bastante deleite) es India.

Sea como sea, el colmo lo encontramos cuando, tras la opípara cena y por fin en su habitación, a India se le vuelve a abrir el apetito mientras juega con las imágenes interiores de un libro (una ola y una concha que, al combinarse, acaban transformadas en la imagen de un cono de helado), de modo que… ¡termina bajando al sótano a ponerse fina con un generoso helado de, faltaría más, dos sabores! Y sin embargo, con todo lo que come, India mantiene la línea sin problemas aparentes. Diría que es porque hace mucho deporte, pero tampoco se la ve particularmente deportista, como demuestra su rechazo a ir a jugar a tenis con su madre y su tío.


Hivervigilancia, incapacidad para dormir o relajarse. A India casi nunca la vemos dormir. Incluso cuando está en su cama, no duerme: juega a hacer el ángel, se tumba rodeada por sus zapatos… Solo una vez duerme, durante la pesadilla con la araña que se le mete entre las piernas, e incluso en ese caso se trata de un sueño desapacible que la acaba despertando. A su madre Evelyn, en cambio, la vemos dormir como una bendita múltiples veces: el día después del entierro de Richard (despierta a las tantas e India incluso ya le ha preparado el café), en la siesta sobre la butaca donde India le trae el té y, cómo no, en el desenlace a la mañana siguiente de la muerte de Charlie, cuando (¿adivináis quién?) India decide abandonar la casa por fin. Naturalmente, sus despertares no son bruscos, como el de su siempre despierta hija, sino de lo más plácidos. Me gusta pensar que esos sueños apacibles de Evelyn son una forma elegante de decirnos que está «dormida», que no se entera ni por asomo de lo que ha estado ocurriendo entre su hija y su marido. Y me pregunto si también para ti la vida se ve dificultada por el hecho de que puedes oír lo que otros no oyen, ver lo que otros no ven, escribe el tío Charlie en una de sus cartas.



Vergüenza/rechazo del propio cuerpo. Desde luego, no podemos afirmar que India vaya vestida lo que se dice como un putón desorejado. A ver, tampoco es que vaya hecha una camionera, y de hecho tiene su encanto (no en vano, Mia Wasikowska es una actriz muy guapa), pero imaginad estas vestimentas en una actriz menos atractiva... Su estilo no deja de ser bastante vintage y siempre busca reducir sexualidad y curvas: faldas a la altura de las rodillas en el mejor de los casos, rebequitas, vestidos infantiles, camisas abotonadas hasta el cuello, zapatos planos (en todos los sentidos), colores nada sensuales y ni pizca de maquillaje ni accesorios. Al menos, hasta el tramo final.

Dificultad para confiar en otros/aislamiento y rechazo de las relaciones sociales. Nuestra protagonista se muestra arisca con todo el mundo, siempre expresa recelo, no tiene amigos, no sale con chicos y, en resumidas cuentas, solo parece sentirse cómoda estando sola. En el rechazo a su madre mejor no abundamos.


Hostilidad/Agresividad. De la hostilidad hemos hablado arriba. De la agresividad, incluso dejando de lado sus salidas para cazar, tenemos para elegir: le clava un lápiz afilado a un compañero de clase, patea a otro, le pega un tiro a su tío…

Naturalmente, muchas de estas características podrían explicarse del modo más simple y menos enrevesado. Es decir, uno podría concluir que India es, con todo, una adolescente; y como tal, presenta algunas características posibles de la adolescencia. Pero cuando reflexionamos sobre todos los factores con tintes obvia o soterradamente incestuosos que comentaba antes (factores que, por sí mismos, tienen difícil explicación dentro de una personalidad arquetípica adolescente) y vemos lo bien que encaja todo en un caso de abusos sexuales…

Por otro lado, quizá podamos pensar también: ¿y por qué nunca se nos presenta ninguna escena donde se pongan de manifiesto claramente esos abusos? Tal vez por el mismo motivo por el que jamás se nos habla de forma fría y técnica, sino más bien metafórica e incluso poética, del instinto asesino que corre por las venas de tío y sobrina. No olvidemos que, más allá del thriller simplón que se nos ha querido vender, Stoker es una película cargada de significados, sobreentendidos, subjetividad y enigmas. Y, sin duda alguna, el mayor enigma es esa India a través de cuyos ojos lo observamos todo. Ojos que, no lo olvidemos, ven lo que otros no pueden ver (¿porque no quieren?, ¿porque no saben?). Como ocurre con las víctimas de abusos sexuales, debido a su experiencia particular y secreta, India se siente sola e incapaz de compartir absolutamente con nadie lo que le ocurre. Su tío lo explica muy bien en las cartas que tanto llegan a emocionarla cuando al fin las descubre: Y me pregunto si también para ti la vida se ve dificultada por el hecho de que puedes oír lo que otros no oyen, ver lo que otros no ven (…) Sé que en tu interior te sientes algo sola porque eres la única.


LAS DOS INDIAS
Como acabamos de comentar, India es quizá el gran enigma de la película. Pero justo gracias a ese carácter enigmático podemos explicar (o, al menos, conjeturar con cierta base) los cabos sueltos más peliagudos del filme. No en vano, ¿cómo podemos hablar de cabos sueltos en un personaje cuyo rasgo más definitorio es la dualidad? Dualidad que queda expresada desde el principio con elementos que apuntan a lo bipolar (sus zapatos bicolor, el helado de dos sabores, la pieza para dos al piano, la imagen de India duplicada en la estatua de piedra del jardín, medio rostro —solo medio— de la joven manchado por la sangre de su tío, la pistola de plástico de Charlie frente a la pistola de verdad de Richard) e imágenes que apuntan a un contraste intensamente poético entre belleza y abyección (las flores salpicadas de sangre, el lápiz manchado también de sangre, la burbuja del pie reventada en un entorno idílico, la araña correteando por un impoluto suelo de parqué).

Tras la muerte/asesinato de su padre, India comienza la película en la cama, encerrada en esa jaula conformada por sus diecisiete pares de zapatos bicolores, idénticos y permanentemente infantiles, que la mantienen cautiva en un mundo que los demás han diseñado para ella. Un mundo donde no puede permitirse el lujo de ser quien en realidad es. Incluso en la búsqueda de su regalo de cumpleaños, la mantienen atrapada en un juego que le impide pasar a la vida adulta (adulta con todo lo que ello implica, por supuesto: sexo con otros, violencia incontrolada, reglas autoimpuestas…). Será su tío Charlie quien la ayude a romper convenciones sociales, a alcanzar esa libertad de la que ella habla al principio. ¿Sabes por qué te sientes en desventaja ahora? Porque estás más abajo que yo, le revela Charlie, para rematarlo al final de la escena diciendo: En unos sesenta segundos tu madre te dirá que me quedaré una temporada, pero quiero que tú también tomes parte en esa decisión. No es de extrañar que, tras el «adoctrinamiento» de su tío, India termine la película no solo liberada de su jaula de zapatos infantiles, sino calzando nada menos que unos zapatos de tacón alto rojos.


Aun así, algo nos indica que India nunca llega a ser libre del todo, como connotan sus constantes contradicciones:

1) Todos dicen que India amaba mucho a su padre, pero lo que su muerte parece haber dejado en ella es más malestar y sopor que tristeza propiamente dicha: sigue retando a Evelyn, se deja fascinar por Charlie, no para de comer y lee aburrida a todas horas. Es más, la primera vez que vemos llorar a India no es por su padre, sino por arrepentimiento, cuando se está duchando tras el asesinato de su compañero de clase… y todo ello, por cierto, justo antes de que acabe masturbándose. Juego de dualidades, una vez más.

2) Tras descubrir que Charlie mató a papá, India da un sonoro bofetón a su tío. Esto podría indicarnos de forma inequívoca que, después de todo, la joven sí amaba a su padre tanto como todos decían. De no ser, claro, porque la muchacha acaba no solo perdonando a su tío, sino incluso planteándose ir a vivir con él. ¿De verdad amaba tanto a su padre?

3) India se pasa más de media película recelando de su tío, pero termina dejándose seducir por él… para al fin matarlo y así salvar a su madre (a la que, como hemos dicho, no soportaba en toda la película). Una dualidad detrás de otra.

Ahora bien, llegados al desenlace nos surge dos preguntas esenciales. La primera: ¿alguna vez tuvo India realmente instintos asesinos o tan solo los desarrolló por culpa de su padre, que la llevó a cazar de forma sistemática para evitar así ese mal mayor que creyó ver en ella? Quizá nos proporcione cierta pista (o no) que el arma homicida que usa Charlie para todos sus asesinatos sea nada menos que el cinturón del padre de India.

Respecto a la segunda pregunta, y quizá más importante: ¿qué ocurre con nuestra protagonista después de la muerte de Charlie? ¿Logra ser «independiente» tras haber acabado con su alma gemela?, ¿logra ser al fin «libre» tras haber acabado con la sombra de su padre? Podríamos pensar que nada ha cambiado del todo, quizá. Que la dualidad siempre va a estar presente, como connota el primer plano de esa media cara manchada de la sangre de su tío. Como connotan, de hecho, todas esas prendas (falda, cinturón, zapatos) que ha heredado de sus familiares y que, entendemos, van a seguir formando parte de sí misma. Tal vez ahora más que nunca. A fin de cuentas, ella es quien es gracias a y por culpa de ellos.

viernes, 30 de enero de 2015

PERDIDOS EN EL BOSQUE: CRÍTICA DE "INTO THE WOODS", LA PELÍCULA DE ROB MARSHALL

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Uno puede cometer dos errores a la hora de vender (o simplemente presentar, si no queremos ser tan mercantilistas) una obra artística al público. El primer error consistiría en orquestar una campaña de marketing errónea, dirigida al público potencial equivocado o exhibiendo una visión distorsionada de la obra, de esas que prometen algo diametralmente opuesto a lo que acaban ofreciendo. El segundo, y quizá incluso más peligroso, sería concebir de forma equivocada el producto antes incluso de empezar la campaña de marketing, es decir, cuando aún se está dando forma a la obra.

Como creador, estos dos escollos los tuve muy en mente no solo cuando empecé a concebir El manjar inmundo, sino también cuando diseñamos la campaña de marketing del libro. Sabíamos que era una antología de cuentos, pero no para niños, ni siquiera para adolescentes, sino para adultos (muy adultos, añadiría yo). Sabíamos que eran relatos de terror gótico inspirados en cuentos de hadas clásicos, pero no meras versiones de cuentos en clave de terror. Sabíamos que era un libro perturbador y sórdido, pero no gratuitamente gore. Con esto quiero decir que no sacrifiqué mi visión por intentar abarcar a tantos lectores potenciales como me fuera posible. No hice concesiones innecesarias. No rebajé tonos ni temas durante la creación de El manjar inmundo, ni por supuesto intenté colársela a nadie en la promoción con un sonoro «Si te gustaron Maléfica y Érase una vez, te encantará este libro».

Bajo mi punto de vista, el gran hándicap de la película Into the Woods es que cae no en uno, sino en ambos errores. Y con semejantes mimbres, difícil era que contentase por completo a nadie. Como supongo que sabréis, Into the Woods era originalmente un musical con libreto de James Lapine y canciones de Stephen Sondheim, estrenado en San Diego en 1986, para debutar en Broadway al año siguiente. A día de hoy, se lo considera uno de los musicales míticos del Broadway contemporáneo y, sin duda, uno de los más emblemáticos de una leyenda viva como es Sondheim.

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Pero ¿de qué trata la obra? Podríamos resumir su frondoso argumento diciendo que se trata de una fábula (a)moral que usa y combina diversos personajes de cuentos de hadas clásicos, como Caperucita Roja o Rapunzel, para elaborar una reflexión bastante cínica y sombría, por momentos incluso amarga, de temas adultos muy diversos: desde la naturaleza voluble de nuestros sueños y aspiraciones hasta las consecuencias inevitables de nuestros actos; desde la lujuria y los apetitos desmedidos hasta el carácter pasajero de la felicidad; desde la relatividad de lo que consideramos el bien hasta la de aquello que consideramos el mal. Como vemos, la obra presenta una complejidad temática notable y de gran carga alegórica, aun usando para su desarrollo la fachada aparentemente inocua de los cuentos de hadas (y aun reforzándola, de vez en cuando, con algunos gags que apelan a un sentido del humor más bien simplón). Resumiendo: es una obra de apariencia infantil, sí, pero de fondo adulto. Muy adulto, añadiría yo.

Obviamente, el proyecto de la Into the Woods cinematográfica, complejo por muchos motivos, estuvo vagando a la deriva por Hollywood durante muchos años, ya incluso desde los 90. Hasta que llegó Disney. Y con Disney, llegaron las primeras manos a la cabeza de los fans de Sondheim. Porque, vamos a ver: ¿Disney?, ¿en serio? Y es que la factoría, conocida sobre todo por haber edulcorado los cuentos de Grimm hasta niveles de auténtico empalago, no parecía la más adecuada para emprender la adaptación cinematográfica de un musical más adulto que infantil, que relativiza conceptos absolutos (o mejor dicho, conceptos que Disney siempre dio por absolutos) como el bien y el mal, la inmutabilidad de nuestros sueños, el amor eterno y los finales felices.

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Por desgracia, los malos augurios no se aplacaron cuando salieron a la luz los primeros teasers de la película, donde claramente se escamoteaba que nos estaban vendiendo no solo una película musical, sino una película MUY musical. Y aunque en el tráiler sí fueron más honestos, al dejar caer por lo menos que aquello era un musical (o, al menos, una «película-Disney-con-canciones»), lo cierto es que el tono festivo y grandioso del montaje seguía siendo de lo más equívoco. Dicho en otras palabras: lo que allí podía preverse era una superproducción clásica de Disney, previsiblemente infográfica, que pasaba los mágicos cuentos de hadas por la «mágica» túrmix de la factoría para ofrecer un gran espectáculo familiar. Como es natural, los fans del musical original ya estaban horrorizados (o desconfiados, al menos) de antemano. Y los demás, maceraban una primera impresión de lo más equivocada sobre el filme.

Así pues, ¿qué ha resultado ser Into the Woods? Lamentablemente, una película que no ha contentado ni a unos ni a otros, que se ha quedado en una tierra de nadie. ¿Y es culpa de la película? Sí y no. A fin de cuentas, el filme no deja de ser víctima de una campaña de marketing equivocada, que vendía lo que no hay. Ni tiene el tono infantil, jocoso y festivo, que los padres esperaban… ni es ese gran espectáculo infográfico y frenético que nos veíamos venir. Y, por supuesto, tampoco es una ligera «película-Disney-con-canciones»: es un musical con todas las de la ley, denso, donde los actores cantan mucho durante gran parte del metraje, y para colmo canciones generalmente poco pegadizas. Canciones que, para más inri, hablan de sueños que nos decepcionan al hacerse realidad, infidelidad marital, lujuria, culpa, actos con graves consecuencias… y, en general, lo imperfectos que podemos llegar a ser los seres humanos.

Pero, claro, esto solo descontenta a parte del público. ¿Qué ocurre con la otra parte, es decir, los fans del musical de toda la vida? Pues ocurre que, por sombría que resulte, la película no deja de ser también una producción de la factoría Disney. Lo cual significa que, sí, amigos, se han hecho concesiones. Se han recortado algunas canciones, se han suprimido otras y, en general, se ha rebajado (que no desvirtuado por completo, como muchos se temían) el tono adulto del original. Y dicho esto, os invito a quienes no hayáis visto la película a que dejéis de leer, pues me temo que a partir de aquí habrá spoilers.

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Uno de los cambios más sonados es que en esta versión Rapunzel no muere, sino que se le permite tener su happily ever after con el príncipe azul soñado. Bajo mi percepción, esto no supone una gran pérdida, ya que incluso en el montaje teatral la muerte de Rapunzel me parece bastante anecdótica, y si acaso solo sirve para aportar un amargo significado al reprise que hace la bruja del Children Should Listen. En la película, este reprise también tiene lugar, aunque sea brevemente, claro que de forma menos melodramática, haciendo referencia esta vez a lo inevitable de que los padres «pierdan» a sus hijos cuando estos se independizan en su vida adulta. Y, dado que la canción sigue hablando de la vida en general, a mí me vale.

En todo caso, esto me lleva a lo que sí considero una gran pérdida: el reprise de Agony. En la versión teatral, ni el príncipe azul de Rapunzel ni el de Cenicienta son felices en sus respectivos matrimonios. De hecho, son bastante desdichados. Y sí, en la película se entrevé que, una vez cumplidos sus sueños, el «final feliz» de los príncipes y las princesas (e incluso el de los panaderos) no ha resultado ser lo que ellos esperaban. Aun así, lo que en la adaptación cinematográfica solo se insinúa o queda apenas pincelado, en la obra queda expresado de forma muy hiriente, frontal y amargamente chistosa. Esto me lleva a pensar que Disney, que no deja de ser un reflejo de buena parte de la sociedad estadounidense (y occidental, por extensión), tiene menos problemas en ser fiel a la obra en sus aspectos más violentos que en otros un tanto más, digamos, sexuales y «resbaladizos». De ahí que en la película veamos fielmente reflejados, para horror de muchos padres y sorpresa mía, algunos pasajes bastante cruentos de la Cenicienta original, como el cercenamiento del talón de la hermanastra para hacer caber el pie en el zapato o la venganza de Cenicienta al pedir a los pajaritos que picoteen los ojos de su madrastra y hermanastras. Sin embargo, mientras esto se reproduce con gran fidelidad, se nos escamotea la infelicidad marital de los príncipes y se diluyen bastante las infidelidades patológicas del marido de Cenicienta... aunque sí se mantienen, curiosamente, las insinuaciones pederastas del Lobo (Johnny Depp) a Caperucita (Lilla Crawford), intuyo que porque Disney considera que se está dando una enseñanza al público infantil: «cuidado con los extraños».

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Supongo que, a estas alturas, muchos estaréis con la duda de si recomiendo la película o no. Con esta Into the Woods es complicado posicionarse, y me imagino que yo también me quedo en una tierra de nadie, como la propia película. Debo ser sincero y admitir que fui al cine sin conocer el montaje teatral (el cual sí vi a posteriori en YouTube), de modo que, amante como soy de los musicales y de los cuentos de hadas en sus versiones menos edulcoradas, disfruté la película bastante. Mucho se ha criticado que el filme no es tan humorístico como la obra, y eso es algo que sin duda he lamentado mucho en la supresión del reprise de Agony (verdaderamente ingenioso y descacharrante en la obra teatral). Pero también os diré que no he lamentado tanto que se hayan quedado fuera otros gags que, para mi gusto, funcionan mucho peor, con un humor simplón, por no decir populachero, que nunca ha sido de mi agrado. Sí, quizá algunos piensen que eso convierte la película en algo más gris y soso que el montaje teatral, pero no olvidemos un pequeño gran detalle: esto es cine, no teatro. Los resortes humorísticos que sobre las tablas funcionaban (para quienes funcionaran, ya digo), tal vez en una gran pantalla se convirtieran en un espanto. No en vano, hablamos de lenguajes totalmente distintos.

INTO THE WOODS

Sea como sea, lo que queda claro es que Into the Woods se ha convertido en una película de difícil público objetivo. En muchos casos disgustará sin reservas y en otros gustará de forma parcial, pero raramente se la apreciará en su conjunto. Habrá quienes no conciban que Cenicienta sea tan fea/normalucha y quienes, sin embargo, prefieran hacer una suspensión de incredulidad tan solo por el buen hacer de Anna Kendrick como actriz de musical. Habrá quienes disfruten de esa Meryl Streep que ha hecho de la bruja toda una creación, pero quizá no disfruten tanto de la sosería de otros miembros del casting, como James Corden o Mackenzie Mauzy. Habrá a quienes entretenga el ritmo ágil y el tono descreído de la primera mitad, pero encuentren la segunda parte demasiado sombría y aburrida. Habrá quienes aplaudan la idea de la propuesta, pero la consideren demasiado musical para su gusto. Habrá quienes estén todo el tiempo pensando que los montajes teatrales eran otra cosa, que ellos la habrían dirigido de otra manera, y no perdonen que se haya diluido tanto el tono adulto. Y luego está ese espectador difícil de ubicar, no sé si más o menos conformista, no sé si más o menos crítico, pero que sin duda ve la película por lo que es, no por lo que pudo haber sido ni lo que le prometieron de forma equivocada.