viernes, 30 de septiembre de 2011

DOS VISIONES DE LA NOVELA APOCALÍPTICA "MADE IN SPAIN"

Resulta muy complicado encontrar las palabras best-seller y «fantástico» unidas dentro de la narrativa española. Y cuando empleo el adjetivo «fantástico», no me refiero al sinónimo de «fenomenal» (que también), sino más bien a su género literario. Contra todo pronóstico, y con sus diferencias, los dos últimos libros que he leído encajan precisamente en esta especial categoría. Y lo más curioso es que ambos guardan algunos puntos más en común (sobre todo, en lo que concierne a su temática de tintes más o menos apocalípticos). En cualquier caso, más interesantes que los puntos en común me parecen las diferencias entre ambos, el modo particular con que cada uno aborda un mismo género.

 
Fin, de David Monteagudo, publicado en 2009 por la editorial Acantilado, no solo se ha convertido en todo un fenómeno de ventas, sino también en una obra con una recepción crítica entusiasta, que hizo que se alzara con el Premio Nocte 2010 a la mejor novela. En ella se nos narra el reencuentro de un grupo de amigos años después de una noche que, en cierto modo, marcó sus vidas. Durante la celebración, en la que se darán diversos encontronazos dentro de un grupo que ya no es lo que era, comienzan a materializarse de forma gradual los fantasmas del pasado (uno en concreto) hasta que un suceso inesperado desencadena la pesadilla. Así en frío, quizá la premisa huela un poco a cliché, tanto en su vertiente costumbrista como terrorífica/suspensiva. Sin embargo, el gran acierto de Monteagudo es saber dotar de una buena capa de verosimilitud a la historia, gracias a unos personajes que transpiran realidad y a unas interacciones que están siempre calculadas al milímetro para, a la vez que van dándonos un retrato generacional afilado y no exento de la crítica más amarga, escalar la tensión y mantenernos en vilo en cada página. Confieso que hacía mucho, muchísimo tiempo, que no me encontraba con un libro que me invita, más que a leerlo, a devorarlo. No cabe duda de que a ello ayuda la habilidad con la que Monteagudo logra introducirte en la acción, desarrollar el misterio y hacerte sentir casi como un personaje más, pero también la agilidad de unos diálogos tremendamente orgánicos que exudan verosimilitud desde la primera hasta la última letra. Tal vez el único punto negro que debería destacar, aparte de ese cambio abrupto (y no sé si del todo explicable) del tiempo verbal en la primera página de la novela, es cierta irregularidad en el apartado más puramente prosístico, pues se combinan fragmentos de descripciones muy inspiradas con otros fríos y casi mecánicos más propios de un guión cinematográfico. En cualquier caso, se trata de una novela muy recomendable... por no decir que de lectura obligatoria.


El reverso de esta particular moneda es Y pese a todo…, de mi compañero de Nocte Juan de Dios Garduño, publicada en la línea Z de la editorial Dolmen. Se trata de una novela que, pese a ser bastante menos compleja que Fin, juega su gran baza en la inmediatez que trasmite un producto muy consciente de sus claroscuros. Creo que Garduño tenía clarísimo cuál era el resultado que quería y a qué público particular quería llegar con él, y en ese sentido ha alcanzado su objetivo con creces (no en vano, y a no ser que haya habido cambios de última hora, ya está en fase de preproducción la adaptación fílmica de la novela). De forma y de fondo más abiertamente genéricos que la obra de Monteagudo, Y pese a todo… nos narra la situación de survival apocalíptico que viven dos vecinos de una población estadounidense que, como otras muchas, ha sido asolada por cierta pandemia. Se trata, como os podéis imaginar, de una novela de zombis, con muchos de los ingredientes propios de estos casos… y sin embargo, Garduño da un giro muy particular a los zombis de toda la vida y los convierte en algo nuevo. En cualquier caso, es evidente que lo que interesa al autor no es tanto la amenaza zombi como la relación entre los dos protagonistas, lo cual equipara en cierto modo sus pretensiones con las de Monteagudo. El problema es que yo no he llegado a empatizar ni a creerme Y pese a todo… ni una tercera parte de lo que me ha ocurrido con Fin. Desconozco si es un problema mío, al enfrentarme a la novela de Garduño como un producto de evidente sabor 100% americano bajo cualquier punto de vista (la sombra de Stephen King es tan alargada como la de Richard Matheson, en este caso) pero escrito por un español afincado en España. Quiero pensar que no, que no es una estúpida cuestión de prejuicios. En cualquier caso, se trata de una novela amena y ágil, que desde luego no da menos de lo que promete, con tensión pero también con sus momentos dramáticos. La única pega más molesta bajo mi punto de vista, aparte de cierto componente Deus Ex Machina en el desenlace, es tal vez ese estilo literario demasiado deudor de la novela americana (y que queda delatado por una profusión a todas luces excesiva de gerundios, recurso más propio de una novela traducida del inglés que de una escrita directamente en castellano). Por lo demás, se trata de un entretenimiento que dudo que os deje con mal sabor de boca.

martes, 27 de septiembre de 2011

ENTREVISTA A EMILIO BUESO




Javier Quevedo Puchal: Para resumir, Diástole es la historia de un pintor francés maldito que, a lo largo de varias sesiones, irá conociendo al modelo que posa para él, un misterioso extranjero de pasado y presente turbio. En el caso del extranjero, me quedaron claras las exigencias que definieron su nacionalidad y origen, pero en el caso de Jérôme ¿por qué francés precisamente?


Emilio Bueso: Un pintor impresionista que ha salido rebotado del mundo de las galerías de arte y la vida bohemia, conduce un Talbot Horizon… Hum, alguien así probablemente sea francés. Chino desde luego que no.


J. Quevedo Puchal: De algún modo, tanto Jérôme como su modelo son grandes fracasados, gente que lo ha perdido todo y hace tiempo que tocó fondo. Sin embargo, solo en el caso de Jérôme detecto cierta «simpatía» por tu parte hacia ese estado… o al menos, hacia ese tipo de personaje. ¿Observas esa misma ambivalencia?

Emilio Bueso: Los lectores sienten más atracción por Iván, un tío que tuvo que enfrentarse a la URSS para poder huir con la mujer que amaba, pero yo como narrador encuentro mucho más interesante la historia de Jérôme. Jérôme se resiste a perder su humanidad incluso cuando se ha convertido en un arrastrado terminal, en un pieza que todavía no ha podido visitar la tumba de su padre para no faltar a su trabajo de teleoperador de una línea de porno sádico.

¿Por qué me tira más el pringao? Pues porque fulanos como el primero los hay a patadas en la literatura contemporánea, pero personajes como el principal de esta novela pues me temo que no se han visto muchos… Supongo que he tratado de alcanzar una nueva cota dentro del mundillo de las novelas de perdedores.


J. Quevedo Puchal: El libro está narrado en primera persona desde el punto de vista de Jérôme, que tiene una voz bastante caótica y turbulenta. Por el contrario, cuando Iván le explica su historia, es él quien domina la narración, con una voz mucho más calmada, ordenada y, en cierta forma, uno diría que acechante. Yo me sentía más a salvo, por así decirlo, cuando hablaba Jérôme, pese a que ya digo que su voz es más frontal e impetuosa. ¿Era esa la sensación que pretendías crear con este contraste?
Emilio Bueso: Jérôme es un pintor fallido que lee poesía y se degrada de chute en chute. Iván, un tío que fue educado para integrarse en la alta sociedad y que ha tenido que ir de chulo de putas a terrorista para poder esquivar a Moscú. Los dos son príncipes y mendigos, pero ninguno es demasiado «maljode».
Con semejante elenco de personajes principales uno tiene que ir con cuidado si no quiere que suenen igual. Me hacía falta darle un carácter a la expresión de cada uno, así que opté por asignarles una dosis de pólvora bien distinta. Por eso cuando habla el yonqui todo es nervio, hambre, fiebre y agonías mientras que cuando habla el forajido el discurso se vuelve más frío y sereno.

Resulta difícil escribir una novela en primera persona con estos mimbres. Supongo que es uno de los andamiajes literarios que más me costó situar.


J. Quevedo Puchal: Creo que uno de los grandes logros de Diástole es que, pese a contener elementos paranormales, logra que lo más paranormal sean precisamente los componentes más enraizados en la Historia con mayúsculas, tanto en cuanto a escenarios como en cuanto a pasajes históricos reales. Ahí tenemos esa San Petersburgo de noches cortas que a veces muestras con un hálito casi fantástico o ese asedio nazi a Leningrado al que insuflas un aliento pesadillesco, casi infernal. ¿Querías de forma consciente que lo real se confundiera con lo fantástico incluso en aspectos como estos?
Emilio Bueso: Lo que quise fue trabajar con los escenarios más potentes que ha dado Europa. Leningrado fue la mayor barbarie de la historia de la guerra moderna. Chernóbil, la peor catástrofe que ha dado la ingeniería civil hasta la fecha. San Petersburgo es un congelador cargado de carne humana, la única megalópolis situada en un círculo polar… Todo es un infierno cuando llevas la realidad a sus extremos.

J. Quevedo Puchal: Hablando de infiernos, justo en este concepto pensé en todo momento cuando hablabas de Chernóbil (otro de los escenarios que retratas con un pulso de todo punto paranormal). De hecho, la división de la zona contaminada en círculos concéntricos, cuyo nivel de radiactividad se va incrementando conforme uno se acerca al centro, me recordó en todo momento a la descripción del infierno según Dante en La divina comedia. ¿Tenías esta referencia en mente cuando lo escribiste?
Emilio Bueso: La referencia a La divina comedia no es una creación mía ni otro de mis símiles osados, es una mención habitual en el lugar. Los actuales habitantes de las zonas de Chernóbil la emplean a menudo para referirse a los distintos niveles concéntricos de radiación que va uno atravesando a medida que se aproxima al reactor que estalló. No me preguntes como documenté todo eso y no te contaré mentiras.

J. Quevedo Puchal: A pesar de que encierra una reflexión bastante sombría sobre la naturaleza humana, considero que Diástole también tiene mucho de drama romántico. La historia de Iván es, en cierta medida, la de un romance truncado. ¿Cómo te las ingeniaste para combinar en una misma novela denuncia, realismo sucio, terror y drama romántico sin que se le vieran las costuras al invento?
Emilio Bueso: Una vida de mierda probablemente sea un cóctel de miedos, pasiones frustradas, cruda realidad y mil cosas sobre las que cagarse. Algo así carece de costuras, y todo el mundo lo ha visto pasar. En tu escalera seguro que más de la mitad de los vecinos lo hacen a diario.

J. Quevedo Puchal: Se ha hablado mucho de tu acierto a la hora de describir los chutes de Jérôme, a los que dotas de un perfil claramente poético, asentado sobre metáforas. Sin embargo, no he oído hablar tanto de la paleta de colores que ve el pintor cuando comienza los preparativos de la primera sesión, pese a que creo que te ciñes al mismo recurso que en la descripción de los chutes. La verdad es que tengo que quitarme el sombrero ante tu habilidad para concretar de forma tan bella ideas tan abstractas, pues es algo que últimamente quizá solo he visto reflejado de forma más o menos similar (puede que no tan impetuosa) en el relato «La bruma», de David Jasso. ¿Piensas que esta decisión literaria es arriesgada, sobre todo si tenemos en cuenta que demasiados lectores actuales quieren que les den todo masticado y no aprecian los detalles de este tipo?


Emilio Bueso: El actual panorama de la literatura de género está plagado de novelas de ochocientas páginas en las que no aparece ni una puta metáfora potente. ¿Para qué hacer otro libro como esos, si hasta los señores que los escriben los olvidan al poco de verles el punto final?

No me interesa hacer literatura con literales. Eso ya lo hice en mi primera novela y comprendí enseguida que la prosa llana predominante ahora mismo puede ser redactada por alguien que no tiene nada que decir y ser leída igual que se leen las facturas. En cambio, dime, ¿cuánta gente ha incorporado la prosa poética a la narrativa de terror contemporáneo? ¿Hay algún autor en este nicho que tenga una vena lírica predominante? ¿Y cuántos buscan su propia voz?

No sé. Supongo que lo último que necesita este mercado ahora es a otro prosista clónico. Leo antologías tematizadas y luego confundo a los autores cuando me los presentan. Rediós, ¿es que nadie intenta desmarcarse empleando técnicas narrativas más elaboradas? ¿Todo el mundo pretende escribir novelas como el que escribe crónicas de partidos de fútbol? ¿Entonces para qué tenemos tanta diversidad editorial, si las tramas y las temáticas se repiten como el ajoaceite?


J. Quevedo Puchal: Otro de los aspectos de los que no he oído hablar demasiado es el humor en la novela. Y sin embargo, lo tiene, sobre todo cuando adoptamos el punto de vista de Jérôme, cuyo patetismo me llegó a arrancar más de una carcajada. De hecho, debo decir que esa voz cínica y cargada de mala uva es la que más me recordó al Emilio Bueso que yo conozco. ¿Algo que alegar en tu defensa?

Emilio Bueso: Me declaro culpable.


J. Quevedo Puchal: Cuando llegué al pasaje en el que explicas los porqués más o menos paranormales de determinadas obras pictóricas, pensé: «He aquí un autor a quien el gran público le importa tres pimientos». Es más, confieso que tuve que googlear muchas de esas obras, tan solo por mera curiosidad. Así que, con franqueza, me maravilla tu ausencia total de miedo a la hora de cuajar la obra con referencias que poca gente captará.

Emilio Bueso: Referencias pictóricas que luego todo el mundo está buscando en Google. Hay por ahí una reseña en un blog que hasta las ha empleado para decorar el post. Pero yo lo que buscaba al citar unos óleos bien poco conocidos y estudiados era precisamente lo contrario. Quería dejar al lector sin una imagen tras la revelación final, para que fuera su imaginación la que diera forma a esa sorpresa horrible que sus ojos no han visto. Es lo que tiene la sugestión, que en narrativa de terror funciona mucho mejor que la descriptiva. Otro de los motivos por los cuales empleo descriptiva simbólica y no literal: así me ahorro el tener que redactar describiendo poco o mal, como acaban haciendo muchas de las figuras de este género, que suelen limitarse a insinuar o a retratar lo horrible de manera figurativa, y así de paso aceleran el ritmo narrador.


J. Quevedo Puchal: Si tuviera que sacarle una pega a Diástole, tendría claro cuál sería: el pasaje en el que Iván narra todos los años que pasó alejado de Ksyusha. Tuve la impresión de que de pronto tenías muchas prisas por rematar ese apartado, pues lo facturas en apenas un par de páginas, si mal no recuerdo. A mí como lector me descolocó ese aceleramiento en el ritmo de la prosa, sobre todo cuando contrasta de forma tan abrupta con el flujo de lo leído hasta el momento. No acabé de ver muy acertado que finiquitaras en apenas dos páginas, casi a modo de mera enumeración, años enteros de la vida de Iván, sobre todo cuando están repletos de acciones interesantes que me hubiera gustado conocer en mayor profundidad. ¿Cómo lo ves tú?

Emilio Bueso: Sí, esto me lo ha dicho mucha gente. Lo cierto es que buena parte de esas páginas que echas en falta las escribí y luego fueron pasto del tijeretazo final. ¿Por qué? Pues porque la trama perdía el norte sin Ksyusha, algo se aflojaba en la novela cuando ella salía del trasfondo. ¿Vas a contar una historia de amor sin la chica? ¿Para qué? ¿Y cómo se plantea la historia de un hombre amargado por alguien que está durante años en paradero desconocido? Nah, fuera.

Además, son años enteros con Iván fuera de todo control y el imperio ruso resquebrajándose. El setting y el reparto me daban para hacer una novela entera. Conque mejor dejarlo estar. Es que ni tiempo ni marco ni tratamiento, era otra historia. No pintaba nada dentro de Diástole.


J. Quevedo Puchal: No me parecería justo terminar la parte de la entrevista dedicada a la novela sin hablar un poco de determinado arquetipo de la narrativa de terror al que das un giro muy personal en Diástole. Sin embargo, tampoco quisiera generar ningún spoiler. Así pues, te paso a ti el «marrón»: sin desvelar demasiado, háblanos un poco sobre qué quisiste aportar con tu novela a este arquetipo.

Emilio Bueso: Me apetecía pegarle una patada en la cabeza a la gente que lee sobre vampiros que van al instituto.


J. Quevedo Puchal: ¿Qué es lo siguiente que tienes en la recámara? ¿Por dónde van los pasos de Emilio Bueso?

Emilio Bueso: Ya no tengo ganas de plantear narraciones intimistas y viscerales sobre tíos que lo pasan mal, ahora pienso publicar una novela hecha para desguazar el mundo. Estamos montados en un tren bala sin piloto al que le sobran millones de personas. Nada me parece más terrible que eso. Y tengo una extraña fijación con el peligro que tienen los niños, ahora que acabo de ser padre. No veas la que voy a liar con todo esto, en el 2012.


J. Quevedo Puchal: Más o menos ya conozco tu perspectiva, pero por si algún lector la desconoce: ¿cómo ves el panorama actual del género de terror?, ¿crees que viene a ser el mismo en España que fuera?

Emilio Bueso: Pues no. Fuera de España este género tiene un gran número de lectores. Y, por ende, autores profesionales, de encargo, de paso, de reemplazo… Yo en cambio formo parte de un panorama literario compuesto por escritores suicidas y editores intrépidos. Aquí no intentamos ganarnos los garbanzos con esto porque no hay forma humana, así que nada de estudios de mercado ni de novelas de fórmula: en este panorama la auténtica apuesta consiste en hacer algo grande y que el tiempo ponga a cada cual en su sitio.


J. Quevedo Puchal: ¿Qué provoca terror a Emilio Bueso?

Emilio Bueso: Casi cualquier cosa. Soy un cagueta. Tengo sueños horribles que luego vuelco en novelas espantosas que me producen pesadillas todavía más horribles. Me estoy enroscando sobre mi propio eje, como un tornillo de presión. Al final reventaré. Y os lo pondré todo perdido de mierda.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

"DIÁSTOLE": EL TERROR SEGÚN BUESO.

Ya podéis leer el número 8 de Ultratumba Magazine. En él encontraréis, entre otras cosas, una reseña que servidor ha elaborado sobre Diástole, de Emilio Bueso. A continuación os la transcribo, pero os invito a que echéis un vistazo a la revista, pues hay mucho más.

 

De todas las editoriales nacionales que a día de hoy están tratando de dignificar el siempre ninguneado género de terror español, sin duda hay que destacar Salto de Página como una de las que mejor han sabido jugar sus bazas. Tanto por el mimo y respeto con que tratan sus lanzamientos como por la calidad de sus contenidos. Una calidad que viene bajo la forma bien sea de muy destacables antologías de relatos cortos (tómese a modo de ejemplo Como una historia de terror, de Jon Bilbao, o sin ir más lejos, la más reciente Aquelarre, esta última con algunos de los buques insignia del terror español), bien sea de novelas tan inclasificables como Mujer abrazada a un cuervo, de Ismael Martínez Biurrun.

Hace tan solo unos meses, Salto de Página volvió a apuntarse un importante tanto con lo último de Emilio Bueso: Diástole. Os confieso que no es fácil enfrentarse a la reseña de una obra como esta sin albergar cierto grado de intimidación. No solo por las características intrínsecas de la obra en sí, sino también por las de su autor. Y es que el señor Bueso, aparte de paisano mío y un tío de lo más interesante desde diversos puntos de vista, es uno de esos autores ante los que uno se estaría quitando el sombrero de forma constante. Ojo: no es pamplina ni amiguismo barato, y a las pruebas me remito. Ya con “Dormir, quizás soñar”, su aportación a la antología de fantasmas Taberna espectral, sorprendió con un relato que conseguía por un lado descolocar a través de una mirada de todo punto diferenciada, y por otro despertar admiración con su hábil manejo de la narrativa corta. Pero el buen sabor de boca se amplificó gracias a “El hombre revenido”, pieza con la que intervino en la arriba mencionada antología Aquelarre, y cuyas excelencias siempre escaparán a los breves comentarios que servidor pueda hacer en este espacio. 

Para quien, como yo, ya conocía la obra de Bueso, Diástole no es otra cosa sino un festín, la reafirmación de un talento capaz de navegar con igual soltura tanto por las aguas del relato corto como por las de la novela. Sin embargo, justo es subrayar que la novela aporta algo más interesante: el afianzamiento de un autor que, además, ama lo bastante el género y la literatura en general como para dar lo mejor de sí mismo en sendos ámbitos. Y es que la última obra de Bueso mantiene un fuerte compromiso con el terror, de eso no cabe duda, pero me atrevería a decir que, incluso por encima de esto, lo que le interesa mantener al autor castellonense es un compromiso con cierta literatura de calidad voluntariamente libre de etiquetas genéricas y encorsetamientos. De ahí que encontremos una prosa rica, sugerente, llena de contrastes muy interesantes. Una prosa fluida y elegante, pero también  poseedora del ímpetu, turbulencia e incluso comicidad propias de ese “realismo sucio” tan querido por Bueso. Una prosa generosa en figuras literarias, pero que siempre se emplean con el criterio, sabiduría y honestidad de quien desea huir de la pretenciosidad como de la peste.


¿Pero qué hay del terror?, se preguntarán los lectores. Por si alguien tenía la menor duda, diré que en efecto lo hay y mucho en la historia de ese pintor maldito que acepta el encargo de retratar a un misterioso cliente durante varias noches de posado, durante las cuales este último le irá desgranando la terrible (y, en cierto modo, conmovedora) historia de su vida. Sin embargo, hay que advertir que se trata de un terror muy poco obvio. Un terror que se va desarrollando y macerando como todas las demás emociones que despierta el libro: con calma, pero de manera inexorable. Un terror que, si bien en determinados puntos se acoge a determinados arquetipos del género, lo hace tan solo para acabar por deconstruirlos y hacer con ellos algo nuevo. En este caso, una metáfora del mayor horror que existe: no aquel que provocan monstruos de otro plano de existencia, sino aquel que ha llegado a provocar el propio ser humano con la creación de diversos infiernos en la tierra. Infiernos reales, verificables, documentados, terriblemente verosímiles. Sobra decir que Bueso sale más que airoso de la empresa. Y si lo consigue, no es solo por su evidente habilidad como narrador, sino también porque él es el primero que disfruta, cree y confía en su obra. Por suerte para todos, nunca lo hace de forma erróneamente ciega, sino más bien razonada y prudente. Tal y como cabe esperar de un autor como él. Tal y como cabe esperar de la literatura de calidad. Tal y como cabe espera de una novela del calibre de Diástole.

viernes, 9 de septiembre de 2011

MIS CANDIDATURAS PARA LOS PREMIOS IGNOTUS 2011

Como todos deberíais saber, esta misma semana se ha abierto la etapa de precandidaturas a los Premios Ignotus 2011. Para aquellas almas de cántaro que aún no sepan qué son estos premios (ya os vale, si es así...), diré que vienen a ser los equivalentes españoles del Premio Hugo estadounidense, es decir, un galardón literario que se creó en 1991 y que cada año otorga la Pórtico/AEFCT para reconocer lo más destacable publicado durante el año anterior por autores españoles dentro de los géneros de fantasía, ciencia ficción y terror. Hay diversas categorías, desde "Mejor novela" hasta "Mejor sitio web" y los resultados se dan a conocer normalmente en la HispaCon del año correspondiente (este año se celebra el 12 y 13 de noviembre en Mislata). Hasta ahora, servidor veía estos premios más bien desde fuera, pero parece ser que este año me toca contemplar la posibilidad de intentar verlos desde dentro... y es que ya sabéis que desde 2010 he estado publicando diversas obras que se circunscriben a estos géneros (en concreto, al terror). Así pues, con la sana intención de refrescar la memoria, voy a usar esta entrada para proponer mis propias candidaturas, las más "resultonas" de entre las obras que publiqué en 2010, para que los votantes las puedan tener en consideración.


MEJOR ANTOLOGÍA:
Propongo Abominatio, la antología de nanorrelatos auspiciada por Santiago Eximeno y publicada por Ediciones Efímeras. Ya sabéis: 140 pequeñas bombas de relojería con muy mala uva y con un sabor marcadamente macabro. Como comento en el prólogo, "pequeñas historias, a veces meras anécdotas, marcadas por lo macabro y lo fantástico. A veces os inquietarán, otras os arrancarán una sonrisa helada, y otras, con suerte, tal vez os hagan reflexionar. A veces os perturbarán con desenlaces inesperados y otras, en cambio, os invitarán a que imaginéis el final. Os toparéis con cruces de géneros, revisiones de mitos y leyendas, miradas sombrías a lugares comunes de nuestro día a día, subversiones maliciosas de cuentos de hadas, mucho humor negro, e incluso, por qué no, alguna crítica envenenada a la vida moderna y sus circunstancias".


MEJOR CUENTO:
Aquí tengo tres propuestas. La primera es "Schlitze", relato finalista del III Premio Cryptshow Festival de Relato de Terror, Fantasía y Ciencia Ficción, recogido en la antología Cryptonomikon 3. El inolvidable actor del filme La parada de los monstruos sirve como excusa para contar una escalofriante historia de terror futurista con tres ingredientes esenciales: magia, crueldad... y celos.


El segundo candidato es "El Chingón", microrrelato con el que participé en Hatajo perverso, la primera antología de micros dedicados a Halloween elaborada por la editorial 23 Escalones y Nocte. ¿Qué ofrece de distinto esta historia? Supongo que ser el único micro que toma como base no la noche de muertos americana, ni tampoco la española... sino la mejicana, con cierta oscura tradición y un personaje no menos oscuro: El Chingón.


Y por fin, la última candidata es mi relato corto "Una habitación sin reflejos", recogido en la antología de cuentos de fantasmas Taberna espectral, a cargo de 23 Escalones y Nocte. Dado lo poco que me interesan los cuentos de este subgénero, intenté imaginar una historia de fantasmas que me pudiera interesar como lector. El resultado fue este relato en el que una madre y una hija, por culpa de una particular maldición que solo ellas sufren en silencio, se ven enfrentadas a un tipo muy concreto de alma en pena. Y hasta aquí puedo leer.


MEJOR SITIO WEB:
Por supuesto, aquí tengo que mencionar este vuestro blog, Walpurgisnacht. Sé que se trata de un blog de corta andadura (tan solo 78 entradas desde su creación en 2010), pero la variedad y el mimo con el que se trata cada entrada creo que son garantía: entrevistas a autores, críticas de libros y películas, monográficos, noticias, rankings... Un lujo, oiga.


Y ya para finalizar, y para que no se me tache de narcisista, mencionaré algunas otras obras ajenas que me parecen más que nominables. En el apartado de novela, no puedo dejar de mencionar esa alucinante y alucinada Necróparis de Fernando Cámara (NGC Ficción!) o Mujer abrazada a un cuervo de Ismael Martínez Biurrun (Salto de Página). Como antología, me fascinan ¿Quién es el Cruciforme? de Santiago Eximeno (Saco de Huesos) y, por supuesto, la impagable Aquelarre (Salto de Página). En cuanto a la mejor ilustración, confieso que tengo auténtica debilidad por la de Felideus para Fragmentos de burbuja (NGC Ficción!). Y eso es todo por hoy, amigos y amigas. ¡Suerte a todos!

viernes, 2 de septiembre de 2011

CRÍTICA DE "LA PIEL QUE HABITO"



Para un fan almodovariano de pro como yo nada hay tan estimulante como acudir al preestreno de su última película en los Cines Yelmo y que, tras un retraso de diez minutos, aparezcan en la sala el propio Pedro Almodóvar, Elena Anaya y Antonio Banderas. Como comentaba hoy en Facebook, eso no tiene precio. En cualquier caso, si me obligaran a quedarme con algo de lo que se dijo en aquella presentación inolvidable, sin duda sería, por un lado, con la recomendación de Pedro de que dejáramos que la película reposara en nuestras cabezas toda la noche antes de hablar de ella a alguien más, y por otro, con la de Banderas de que dejáramos una puerta abierta a la gente que, como Pedro, se atreve a romper códigos y a abrir caminos no preestablecidos. Dos consejos sin duda muy valiosos a la hora de enfrentarse a este film inclasificable, hipnótico, y que a título personal considero todo un salto al vacío por parte de su creador.

 
Creo no exagerar cuando digo que quizá termine por ser uno de mis almodóvar favoritos, pues de hecho La piel que habito es seguramente la película más valiente que he visto en mucho tiempo (y lo digo en un año en el que hemos visto joyas como Cisne negro). Con esto quiero decir que toma algunas elecciones casi suicidas desde el punto de vista narrativo, pero que sin embargo son las que convierten esta película en la experiencia casi onírica que es. Por desgracia, hace meses leí una nota de prensa en la que comentaban de qué iba el nuevo proyecto del director manchego y ayer constaté que, en tan solo una línea (que mira que hay que tener mala uva…), aquella nota había destripado todas las sorpresas de la película. No es mi intención repetir la misma metedura de pata en esta crítica, no os preocupéis. En cualquier caso, confieso que aun sabiendo los engranajes de la historia, la disfruté muchísimo. Es más, creo que se trata de una de esas películas que ganan con sucesivos visionados. Dadas las varias capas y texturas que subyacen en la narración, por supuesto no es la misma La piel que habito la que ves la primera vez que la que ves la segunda. Y yo, qué queréis que os diga, valoro mucho ese tipo de historias.


En el terreno que nos interesa a nosotros, que a fin de cuentas es el fantaterror, podemos decir que La piel que habito parte de una premisa perfectamente reconocible por todos: la clásica historia del mad doctor, que ha tenido precedentes tan ilustres como, sí, el Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley. Sin embargo, Almodóvar sabe llevarla a su propio terreno y nos acaba ofreciendo algo más, una película que encaja a la perfección en su filmografía pero, al mismo tiempo, constituye una rara avis en toda regla. Hablar del género al que pertenece es una tarea tan ardua como inútil, pero podemos decir que hay un poco de melodrama, un poco de terror, un poco de ciencia ficción, un poco de noir, e incluso un poco de cuento de hadas (por la red he leído una referencia al cuento de Rapunzel que no me parece muy desencaminada). Una combinación a priori explosiva, pero que yo creo que funciona bien (y hablo de primera mano, pues ya con mi novela Cuerpos descosidos sabéis que mezclé la mayoría de estos elementos… y creo que no de forma desafortunada). En cualquier caso, me parece atrevido afirmar que La piel que habito es un film de género. Si acaso, se esfuerza por encontrar su propio género particular, aunque tampoco creo que lo busque con excesivo empeño o de forma muy consciente. Quizá sea eso lo que la convierte en una propuesta tan estimulante, es decir, su renuncia a todo tipo de asideros, su apelación a una experiencia más sensorial y visceral que cerebral. Así pues, yo creo que lo más importante a la hora de disfrutar de este último almodóvar es entrar en el cine con la mente abierta, predispuesto, sin reservas ni éticas ni morales ni sociales (que son precisamente las que se echan abajo en esta historia perturbadora y enloquecida que, como muy bien apuntaba Banderas, rompe códigos y abre caminos).

No sabéis la rabia que me da no poder hablar con más libertad de las claves, los temas y los resortes que vertebran esta película bellísima aun dentro de su imperfección (pues no es perfecta, aunque incluso esa cualidad forme parte de su belleza), pero lo cierto es que no conviene si no la habéis visto. Tan solo diré que es una reflexión pesadillesca e hiperbólica, oscura y en última instancia luminosa, sobre temas tan complejos como la identidad, la masculinidad, la feminidad, la pérdida y la venganza. Creo que en esos cinco conceptos queda encerrada la esencia de esta película inclasificable… y con eso creo que queda claro que no se trata de una película para todo el mundo. Hay que tener muchas tripas y mucha predisposición para disfrutar y valorar todos los recovecos de La piel que habito. Para los demás, siempre quedarán las risas involuntarias que supuestamente despierta la película (y que admito que yo no vi en ninguna parte… si acaso, en la escena final, aunque me pareció tan valiente por parte de Pedro abordarla de forma abierta que no sé si el que se está riendo es él (de los que ríen, se entiende)).


Lo mejor: La valentía con la que todos abordan una historia tan difícil en todos los sentidos. Los actores en general (hasta Banderas está espléndido), con especial mención a ese monstruo maravilloso llamado Elena Anaya. La banda sonora de Alberto Iglesias, que es algo como de otro mundo. La sobriedad y delicadeza con las que Pedro articula un argumento a priori grotesco y la elegancia con la que cuenta una historia de terror sin mostrar toda la sangre derramada ni los momentos más atroces (en eso, aunque quede mal que yo lo diga, también tiene mucho que ver con mi novela Cuerpos descosidos). Y por último, sí, ese personaje absolutamente antológico que es Vera (la escena del rasgamiento de vestidos es de quitarse el sombrero: no se puede explicar más con menos).

Lo peor: Que los que no hayan entendido nada digan que es una mala película. Que Pedro se obceque en usar rotulitos para indicar el paso del tiempo, cuando yo creo que justo en esta película eran bastante innecesarios. Alguna interpretación aislada (de Blanca Suárez esperaba más) y lo desaprovechado que está un actorazo como Eduard Fernández. Que a alguna gente del público le siga entrando la risa floja con las mismas cosas que cuando iba al parvulario.


Pequeña instantánea que sacamos ayer en el preestreno.