viernes, 21 de junio de 2013

ALGUNAS RECOMENDACIONES: "THE LORDS OF SALEM", "STOKER", "DIAMOND FLASH" Y EL CORTOMETRAJE "8"

Hola de nuevo, cinematográficas criaturas de la noche. Hoy vengo a hablaros un poco de algunos de los últimos descubrimientos que he hecho y que quizá merezca la pena recomendar (o, al menos, mencionar... y ya, si eso, luego decidís) para pasarla rebién en una agradable tarde estival.

 

The Lords of Salem debería titularse The Ladies of Salem, pues en realidad trata de las famosas brujas estadounidenses que todos conocéis. Pero, claro, la peli es de Rob Zombie y con semejante título habría parecido de James Ivory por lo menos. Así que se decantó por el otro título, que desde luego suena más rockero. La historia nos habla de Heidi (interpretada por la guapa esposa del director, que es como la Carolina Bang del cine de terror estadounidense contemporáneo), una locutora de radio, exyonqui y residente en la encantadora localidad de Salem, que un día recibe un misterioso vinilo en su emisora. Aunque desconoce al remitente, tiene la brillante idea de pinchar el disco en directo durante su programa... y, como es natural, se arma la de Dios (o la del Diablo, más concretamente). ¿Cuál es el problema de la propuesta? Que si te esperas una orgía desenfrenada de sangre y mutilaciones, con el Infierno desencadenado en Salem, te vas a llevar un chascazo. De hecho, Lords of Salem es una propuesta que juega casi todas sus bazas al terror atmosférico, satánico, surrealista y setentero. ¿Y cuál es el segundo problema, una vez sabes de qué va la jugada? Pues que Zombie tampoco juega sus bazas muy a lo bestia. Es decir, que durante un 80 % del metraje se contiene bastante y solo en los veinte minutos finales se descoca y te da ese festival onírico de imágenes potentes y groseras a lo Ken Russell que parecía prometer el trailer.

Lo mejor: Los ambientes, la (escueta) orgía kenrusselliana con que nos agasaja al final y la presencia de actrices tan perturbadoras como o icónicas como . Ah, y el culo de

Lo peor: Que lo que ocurre en la peli te importa tres cojones de mono. No hay ninguna conexión con los personajes y tampoco ninguna progresión dramática. Más que verla, esta película habría que esnifarla.


Diamond Flash lleva camino de convertirse (si no se ha convertido ya, que esa es otra) en la gran película de culto del nuevo cine español. La película de Carlos Vermut era el típico proyecto con el que ninguna productora se atrevía... hasta que el propio realizador reunió el dinero por su cuenta y decidió rodarla. Luego la distribuyó en streaming y, tras ganar el Premio Rizoma, salió en DVD (en una edición preciosa, por cierto, que incluye un cómic donde se dan algunas claves para entender en mayor profundidad algunas cosillas de la película). ¿Y de qué trata la película? Lo cierto es que la historia es tan rica e inclasificable que difícil lo tengo para resumirla. Según Nacho Vigalondo (cuyo criterio no sé cómo tengo tan en cuenta, cuando sus películas no me han acabado de convencer de momento), es la película sobre superhéroes más curiosa que he visto nunca. Y debo decir que estoy de acuerdo con él. Sea como sea, os dejo con la sinopsis que de Diamond Flash se hace en la carátula: Violeta está dispuesta a lo que sea por encontrar a su hija desaparecida. Elena guarda un extraño secreto. Lola quiere saldar cuentas con su pasado. Juana necesita que alguien la quiera sin condiciones ni preguntas y Enriqueta sólo busca que le hagan reír. Estás cinco mujeres tienen algo en común, todas están relacionadas con Diamond Flash, un misterioso personaje que cambiará sus vidas para siempre.

Lo mejor: Esa sensación maravillosa de no saber qué puñetas estás viendo y, pese a ello, no poder apartar los ojos de la pantalla. La imprevisibilidad de la historia. Y, por supuesto, su arrolladora originalidad.

Lo peor: Que no la hayáis visto aún... ¡burras! Y que haya que leer el cómic que viene con la edición en DVD para entender mejor algunas claves de la historia (no es que sea imprescindible, pero es muy recomendable hacerlo).


A Park Chan-wook lo conocemos todos por su perversa trilogía de la venganza (Sympathy for Mr. Vengeance y las sensacionales Oldboy y Sympathy for Lady Vengeance). Así pues, ¿qué ocurrió cuando se supo que un realizador de una creatividad tan exorbitante como la suya iba a dar el salto al cine estadounidense con Stoker? Rasgaduras de vestimenta, obviamente. ¿Y era para tanto? Sí y no. Por suerte, el coreano sigue conservando sus señas de identidad y nos ofrece una obra de una belleza insultante y exultante, de una plasticidad que deja sin palabras... y que, en cierto modo, sigue hablando de la venganza. Y he aquí el gran problema de Stoker: ¿al servicio de qué se pone esa capacidad visual acongojante de Park Chan-wook? Pues al servicio de una historia bastante pobre, amigos míos. En ella, descubrimos que una joven que se viste como la cantante de Russian Red ha perdido trágicamente a su padre y, debido a la pérdida, se encuentra en una incómoda tierra de nadie. La pobre se siente repelida y atraída por un guapo tío suyo que tiene pinta de escuchar mucho britpop y que ha aparecido de la nada para descubrirle la parte más oscura de sí misma... y, a su vez, repelida a secas por una madre pija que usó demasiado botox en una etapa de su juventud, pero que ahora ya no se pincha y se ha redimido. En realidad, Stoker supone una preciosa historia de iniciación al psicopatismo ilustrado. Y sí, nos la han contado mil veces, sabemos exactamente cómo se va a desarrollar de pe a pa... pero, aun así, jamás nos la habían contado de esta manera. ¡Y de qué manera! Solo por eso, merece un visionado.

Lo mejor: La traca visual de Park Chan-wook. El trabajo actoral de sus tres actores protagonistas (incluida, sí, Nicolasa Kidman), que no podrían haber estado mejor elegidos. La banda sonora alucinante de Clint Mansell.

Lo peor: La implacable previsibilidad de un guion muy poco inspirado, que podría haber sido mucho más oscuro y sórdido de lo que finalmente ha resultado ser.


Y, por hoy, acabamos nuestro periplo con un cortometraje: 8, del español Raúl Cerezo. Lo bonito de esta obra es que lo está petando en todos los festivales allí por donde va (ya hemos perdido la cuenta de los premios, nominaciones y selecciones que lleva cosechadas a nivel mundial)... y no es para menos, la verdad. Con una factura muy cinematográfica que podría recordar a algunas de las grandes películas de terror de los 80, y sin usar una sola palabra en todo el metraje (el filme se apoya exclusivamente en las imágenes y el sonido), nos cuenta la inquietante reunión nocturna de una familia aún más inquietante, que espera al hombre de la casa para celebrar el octavo cumpleaños del hijo de este. Claro que nada es lo que parece en esta historia de terror que os recomiendo fervorosamente y, para saber a qué me refiero, tendréis que verla... No sé si está disponible online, pero yo lo compré en su web oficial por un módico precio que incluía, aparte del cortometraje, una barbaridad de extras, otros cortometrajes, un póster firmado...

Lo mejor: La forma tan modélica con que sabe contar, solo en base al sonido y las imágenes, una historia más compleja de lo que pudiera parecer en principio. Y lo entretenida que es.

Lo peor: Que la historia que encierra este corto sí merece un buen largo... y no la chorrada esa de Mamá.

Y, por cierto, antes de que se me olvide...


... os recuerdo que mi novela Lo que sueñan los insectos ya está a la venta (y muy bien acompañada a la verita del maestro Edgar Allan Poe, como veis en la imagen superior) en librerías y grandes superficies de toda España. Os lo digo porque luego empezará a hablar de ella todo el mundo y os quejaréis de que no la habéis leído. Para más información sobre esta historia apasionante de terror, suspense y oscuros secretos familiares, os remito a su página oficial de Facebook, donde encontraréis críticas, fotos, sinopsis, entrevistas, enlaces para descargar gratis el primer capítulo y, en definitiva, motivos sobrados para adquirirla. Pero, por si acaso, os dejo también con el book trailer del libro, para ir abriendo boca:



Espero que os guste y gracias mil de antemano a quienes os intereséis por ella. Y si podéis hacer correr la voz, se agradece también. :)

sábado, 8 de junio de 2013

"EL MANANTIAL": ENTREVISTA AL ESCRITOR ALEJANDRO CASTROGUER

El manantial, de Alejandro Castroguer, es sin duda una de las novelas españolas de terror más polémicas (quizá la más) que se editaron en España en 2012. Y es que pocas veces se encuentra uno en la portada de un libro una advertencia como una catedral donde se le anticipan los pasajes de violencia extrema y sexo que va a encontrarse entre sus páginas. Pero ¿cumple El manantial con la promesa de esa etiqueta que flanquea la ilustración efermizamente erótica de Alejandro Colucci? Yo diría que sí, con creces. Sin embargo, no se queda en eso, pues nos ofrece algo más. Para empezar, una prosa que no está nada mal y que, en ocasiones, roza lo poético (incluso cuando dicha prosa se pone al servicio de pasajes de lo más truculentos). También nos agasaja con una pareja de personajes casi antológicos, esos Abel y Verona que se entregan a los juegos más atroces en un colegio sitiado por zombis. Unos Abel y Verona que, por cierto, podrían hermanarse en cierto modo con los Mickey y Mallory de la película Asesinos natos. Y por último, pero quizá más importante, la novela de Castroguer nos ofrece además una reflexión bastante apesadumbrada sobre la naturaleza humana, que en determinados momentos puede dejar en el lector un poso inesperadamente triste (y digo "inesperadamente" porque el poso aparece ya mediado el libro, tras una espiral escalada de malos rollos y escenas a cual más sórdida).

Entonces, ¿resulta El manantial una novela recomendable? Desde luego, lo que tengo claro es que no es un libro para todo el mundo. Me pasa un poco como ya me ocurrió con A Serbian Film o Secuestrados: hay que tener el estómago hecho de determinados materiales para llegar hasta el final, e incluso así, a uno puede quedarle la duda de hasta qué punto eran necesarios o gratuitos determinados pasajes. Por eso quise hablar con su autor, Alejandro Castroguer, para que me despejara las dudas. A Castroguer lo conocí hace algunos meses y, como suele ocurrir en estos casos (que se lo pregunten a David Cronenberg...), el hombre detrás del "monstruo" resultó ser mucho más civilizado, accesible y "normal" de lo que uno pudiera esperar. De hecho, se trata de un tío con la cabeza estupendamente amueblada... algo que muchos tal vez ni siquiera pudieran imaginar una vez leído El manantial. Os dejo con la entrevista. De lo más jugosa, creo yo.



¿Por qué la temática zombi logra enganchar tanto al público?

La respuesta creo que hay que buscarla en la crisis mundial, algo análogo a lo que sucedió en la década de los treinta del pasado siglo XX, donde triunfó el terror de la Universal: todos esos monstruos condensaban los miedos de aquella gente, al mismo tiempo que los mantenían frente a las pantallas de cine.
Si el género zombi, el de los muertos caníbales que instaurase George A. Romero, floreció a finales de los setenta y se hizo mayor de edad a principios de los ochenta, hay que recordar que murió en los noventa. ¿Las razones? Supongo que la pésima calidad de los productos que se rodaron cuando las ideas se agotaron. Así que es lógico que nos preguntemos, después de aquella muerte por indigestión de bazofia, la razón de este renacer de los muertos vivientes. Creo que la razón, y no otra, es la de crisis mundial.

¿Qué es lo que te ha atraído de este subgénero terrorífico a la hora de abordarlo como autor? ¿El olfato comercial o quizá algo más?

Surgió como mero reto artístico. Hace años rechazaron un cuento que escribí de neorrealismo zombi. Espoleado en el amor propio, dije que escribiría una novela de zombis a mi manera y que, luego, conseguiría publicarla. Hablar de olfato comercial en mis obras casi es una broma: mi verdadero reto no es vender mucho, sino escribir lo mejor posible.

¿Qué diferencia a La guerra de la doble muerte, tu primera novela Z, de El manantial?

Todo. La diferencia entre una y otra novela es como la de la noche y el día. Salvo porque comparten género (Z sin zombis), no se parecen en nada, como dos hijos de unos mismos padres en que uno es alto y rubio, y el otro grueso y moreno. Además, escribí El Manantial de manera completamente opuesta a La Guerra de la Doble Muerte: si esta tenía muchos personajes, secundarios y hasta comprimarios, aquella se centra en dos personajes principales y dos secundarios. Si la primera tenía continuos saltos temporales y flashbacks, la segunda está narrada linealmente. Si una contaba el Apocalipsis desde la óptica de los propios resucitados (que no entienden qué les ha ocurrido), la otra da cuenta de dos jóvenes que han crecido sin más regla que la de la supervivencia y el juego a cualquier costa. Si en La Guerra de la Doble Muerte los zombis eran las víctimas de la resurrección, en El Manantial los supervivientes son los verdugos. Son el anverso y el reverso de mi visión poco canónica de este género.

Debo confesar que, desde que se editó El manantial, la observé con cierto recelo, sobre todo por esa etiqueta no sé si un tanto sensacionalista donde se advertía a los lectores de sus escenas de violencia extrema y sexo explícito. En realidad, me parecía una maniobra de marketing un tanto deshonesta, similar a las de esos Parental Advisory de algunos discos, que en realidad solo parecen encaminados a vender más discos.

No haberla editado con esa etiqueta habría sido un verdadero disparate. ¿Marketing, anzuelo como dices? Llámalo como quieras, Javier, tal vez sólo sea cordura. Piénsalo: a la línea Z de Dolmen se acercan muchos chavales de 14 años, así que no quería líos ni pleitos de ningún tipo. Porque en la novela hay sexo y violencia, y a granel. La etiqueta no mentía, no miente. Si lo hiciese, se me podría criticar y con razón: todo es puro afán comercial. Pero no es así. Además, apuntaré que la etiqueta ha obrado el milagro de que en Málaga, mi ciudad natal, hayan llegado muchos menos ejemplares de El Manantial que de cualquier otro título de Dolmen (menos de la mitad). ¿Dónde está el marketing?
A lo mejor, la cuestión a plantearse es, ¿la mente de algunos lectores es más perversa que la de Abel o Verona? Yo tengo clara mi respuesta.



Sé que es una pregunta que no vas a responder, pero te doy la oportunidad de que te niegues con gracia: ¿a qué se refiere el título El manantial en una obra donde, aparentemente, no aparece ningún manantial? ¿Tal vez a la vida? 
Aunque no lo parezca a simple vista, el manantial fluye por la obra; otra cosa es que el nivel freático de la metáfora dificulte su descubrimiento. Cuando me decanté por este título era consciente de ello, de la dificultad que entrañaba encontrarle una explicación. Si me decidí a seguir adelante con la idea fue porque me gustaba pensar que cada lector encontraría su propia definición del manantial. Como bien apuntas, una de las interpretaciones posibles es la vida. No voy a ser yo quien digas que no: traicionaría el espíritu con que lo elegí.




Aunque esa “presencia ausente” de los zombis no es nada nuevo en las obras zeta, sorprende ver cómo en El manantial logras llevarlo a sus últimas consecuencias, al convertir la amenaza zombi casi en algo meramente anecdótico. ¿No temías que esta novela de zombis “sin zombis” (por así decirlo) fuera una maniobra demasiado arriesgada, sobre todo en una editorial como Dolmen, que va dirigida de forma bastante focalizada a un público muy amante de los muertos vivientes?

Fíjate que los zombis fueron desterrados de la portada y de la contraportada. Alejandro Colucci se ajustó a las ideas que le planteé. De alguna manera, El Manantial es la precursora de la línea de terror que acaba de iniciar la propia Dolmen, llamada Stoker. Así que tampoco era tan descabellado. Otra cosa es que, como dices, fuese arriesgada. Pero quien me conoce, sabe que huyo de lo obvio, que prefiero saltar sin red.

Retomando un poco la pregunta anterior: tampoco es nada nuevo que una obra zeta presente a los humanos como más peligrosos incluso que los zombis que los asedian. Y, sin embargo, en tu obra llevas esta premisa a sus últimas consecuencias, al convertir a sus protagonistas en unos auténticos sádicos casi incapaces de empatizar con otros seres humanos. ¿No temías que los lectores cerraran el libro a media lectura, sin darte la oportunidad de permitirles que empatizaran con esos protagonistas tan difíciles?

Así ha sucedido en algunos casos. Me lo han hecho saber. El funámbulo que hace equilibrios sobre un precipicio sabe, de antemano, que habrá quien aplauda la valentía y riesgo del ejercicio, y quien cierre los ojos porque prefiere no mirar. Ese número de funambulismo es el que he practicado en toda la novela: la cordura era un cable demasiado fino sobre el que mantenerse en pie. Al menos terminé mi apuesta sin caerme.

Los nombres de tus protagonistas, Verona y Abel, están obviamente cargados de significado. No te basta con un “Pepe y Carmen” o un “Jack y Sheryl”. Háblanos un poco de ello.

Alonso Quijano no se llama Francisco Fernández. Marcovaldo no se llama Giuseppe. No sé si me entiendes. Soy de los escritores que buscan nombres sonoros y únicos, no exentos de significados, para sus personajes. Tampoco hay que olvidar que muchas personalidades optaron por pseudónimos, convencidos de que sus nombres no eran lo suficientemente llamativos. ¿Quién es William Frederick Cody? Nadie, si no digo Buffalo Bill. ¿Y Gustav Meier? Nadie, si no digo Gustav Meyrink. De mis personajes pienso lo mismo; llamar a Abel, por ejemplo, Francisco Fernández no sería más que una gilipollez. Nadie se acordaría de su nombre al cabo de dos meses.

La razón parece evidente, ¿pero por qué decidiste ambientar tu novela precisamente en un colegio abandonado?

No era otra cosa que reforzar uno de los temas principales de la obra. Tan sencillo como eso.

Debo confesarte que no soy de los que se achantan con las escenas desagradables (de hecho, hace algún tiempo ya hablé en este blog de A Serbian Film o Secuestrados, preguntándome hasta qué punto aconsejaba su visionado). Con El manantial me ha pasado tal vez lo mismo. Es decir, creo que es una novela con una buena prosa y que, aunque tarda bastante, acaba logrando conmover (y lo hace en medio de una vorágine de sexo, violencia y sadismo, lo cual tiene doble mérito). Sin embargo, hubo bastantes pasajes donde me pareció que te regodeabas de forma gratuita y demasiado exacerbada en lo truculento por lo truculento y en lo escandaloso por lo escandaloso. Quizá te parezca un símil cogido por los pelos, pero me recordó al videoclip Justify My Love de Madonna, donde parecía que hubiera metido de forma más que premeditada todos los elementos que se le pasaron por la cabeza para hacer un video lo más escandaloso posible. Hora de defenderte… o de darme la razón, como veas.

Defensa ninguna, soy culpable de haber escrito una obra tan extrema con esta. Recuerdo que escribía alentado por cierta música, espoleado, hipnotizado por ella. Martirizaba a mis personajes con algo de sadismo y mucho de excitación. Sabía lo que escribía y hasta dónde quería llegar (lo del funambulismo que decía antes). Así que no me extraña que haya quien piense que me regodeé en ello. Porque, en ciertos momentos, fue así.
Otra cosa es que, al final de la redacción, acabase destrozado anímica y físicamente, como si yo hubiese sido el ejecutor material de esas muertes. ¿Por qué me voy a defender si me serví de la literatura para matar imaginariamente a una persona de la vida real?

Supongamos que El manantial fuera llevada al cine. ¿Quién y por qué crees que sería la persona adecuada? Sueña con tu casting ideal.

La escribí valiéndome de unos rostros conocidos (actores y modelos) para facilitar la visualización durante ese proceso. Claro que, como estos son de distintas generaciones, sería imposible juntarlos ahora mismo con la edad que tienen mis personajes. Para dirigirla apuntaría David Lynch o Michael Haneke, pero el espíritu de la obra necesitaría el toque algo canalla de Tarantino. Para Abel y Verona necesitaríamos a dos actores jóvenes, tal vez no muy conocidos. Otra cosa es Debisí: podría ser Jeff Bridges, que en mi casting mental era ese personaje.

Y ya para finalizar: ¿qué es lo nuevo que nos depara Alejandro Castroguer?
Estoy terminando El último refugio: La Guerra de la Doble Muerte II. O lo que es lo mismo, mi última visión del género zombi. La editará Almuzara. Después de esta novela, dejaré descansar definitivamente a los muertos vivientes en sus tumbas. Además, el año que viene se publicará La Octava Noche (permíteme que me reserve el nombre de la editorial), y que estoy empezando a mover una historia de género policíaco cuyas siglas componen el título provisional de HYCDLOE.