No hay nada peor cuando admiras a alguien que tener un desencuentro con ese alguien (a nivel de valoración artística, se entiende). Ya en mi otro blog, di cuenta el año pasado de la decepción que experimenté al leer el último trabajo de Ray Loriga, uno de mis escritores más admirados. Por lo visto, ahora le toca el turno a Clive Barker. Y la decepción es doble, si bien no triple, pues creo que hay en la novela que voy a comentar demasiadas cosas que no funcionan, o al menos que van a trompicones (cuando no a marchas forzadas), como para hacer la vista gorda, por muy fan que uno sea. Y eso, cuando se trata de un maestro indiscutible del género, realmente me duele.

No diré gran cosa de la traducción de título que Mister B. Gone ha tenido en esta España nuestra de pandereta y botijo (Demonio de libro se titula, nada menos) porque me parece de muy baja catadura incluso para la calidad de la novela. Así que vamos al grano. La idea base es, qué duda cabe, bastante buena: un demonio está atrapado en el libro que estás leyendo y se dirije a tí para que lo eches a una hoguera, con la esperanza de que, de este modo, lo liberes. Hasta ahí, todo bien: un narrador de lo más inusual, que rompe la cuarta barrera dirigiéndose directamente al lector y haciéndolo partícipe de la acción (no sólo eso: convirtiendo al libro en otro protagonista más). En fin, un experimento post-moderno de lo más curioso. El gran problema, bajo mi punto de vista, surje cuando empiezan a haber choques entre intenciones y resultados... peor aún, cuando el señor Barker se pasa por el arco de triunfo toda voluntad de coherencia y cohesión y lo único que consigue es una historia alargada como un chicle y preocupantemente vacía. Los momentos en que el demonio en cuestión habla al lector se vuelven irremediablemente reiterativos, sin apenas aportar nada nuevo entre uno y otro, y uno tiene la sensación de que, en realidad, su única función era llenar páginas y más páginas hasta llegar al tope que le hubieran marcado en el contrato.
Por otro lado (y esto ya no sé si es problema mío, de Barker o un poco de los dos), me topé con que me resultaba del todo imposible suspender mi incredulidad. Y esto es algo que me parece alarmante no sólo como lector, sino como escritor, pues vi que se permitía licencias que ni siquiera yo mismo me atrevo a permitirme cuando escribo ficción, sobre todo por respeto a lo que escribo y a los que lo vayan a leer. El demonio parecía a cada página alguien distinto, no tenía una entidad bien armada, tropezón que tal vez se deba al empecinamiento de Barker por que un demonio te cuente su vida en primera persona y dejando ver todos sus claroscuros, lo cual necesariamente lo convierte más en una persona de carne y hueso que en un demonio. Y, claro, así se cae en el (a mi entender) grave error de romper totalmente la ilusión creada: un demonio enclenque y patoso, que es lo que parece al principio, acaba siendo un ser realmente temible, para después convertirse casi en una doncella cándida cuando te confiesa que está enamorado (!!), luego otra vez temible, luego inexplicablemente temeroso... en fin, que acabas tan mareado con las incongruencias en el modo con que se te presenta al narrador del libro (y en el modo con que te va presentando los hechos) que te acaban sacando por completo de la novela.

Afortunadamente, Clive sigue conservando una prodigiosa inventiva a nivel visual y, en efecto, si bien no todas, hay muchas ideas espectaculares e imaginativas que logran subir un poco la media. Sin embargo, no disculpa que sea un logro menor, pues por desgracia, la media del conjunto es tristemente mediocre, errática, y lo único que te deja es un franco regusto a concepto fallido de forma estrepitosa. Sigo sin explicarme cómo alguien que revolucionó de tal manera la literatura y el cine de terror, un genio capaz de maravillas como Los libros de sangre, Hellraiser o El ladrón de días, se nos descuelga con un producto tan gris, que huele por todos los costados a encargo mal resuelto (no sé en cuántas páginas me dije a mí mismo que aquello era Entrevista con el vampiro, sólo que con dos demonios y forzando la maquinaria). En fin, quiero pensar que el maestro Barker no quería escribir este libro, que era una obligación que tenía por contrato con su editorial, pues lo que quería era pintar (su gran pasión de un tiempo a esta parte) y que, en consecuencia, esa desgana se tenía que notar necesariamente en los resultados. Una lástima: pues si bien sigue siendo el maestro, esta vez lo es a base de rentas. Y no creo que sea justo ni para él ni para sus seguidores.
Por otro lado (y esto ya no sé si es problema mío, de Barker o un poco de los dos), me topé con que me resultaba del todo imposible suspender mi incredulidad. Y esto es algo que me parece alarmante no sólo como lector, sino como escritor, pues vi que se permitía licencias que ni siquiera yo mismo me atrevo a permitirme cuando escribo ficción, sobre todo por respeto a lo que escribo y a los que lo vayan a leer. El demonio parecía a cada página alguien distinto, no tenía una entidad bien armada, tropezón que tal vez se deba al empecinamiento de Barker por que un demonio te cuente su vida en primera persona y dejando ver todos sus claroscuros, lo cual necesariamente lo convierte más en una persona de carne y hueso que en un demonio. Y, claro, así se cae en el (a mi entender) grave error de romper totalmente la ilusión creada: un demonio enclenque y patoso, que es lo que parece al principio, acaba siendo un ser realmente temible, para después convertirse casi en una doncella cándida cuando te confiesa que está enamorado (!!), luego otra vez temible, luego inexplicablemente temeroso... en fin, que acabas tan mareado con las incongruencias en el modo con que se te presenta al narrador del libro (y en el modo con que te va presentando los hechos) que te acaban sacando por completo de la novela.

Afortunadamente, Clive sigue conservando una prodigiosa inventiva a nivel visual y, en efecto, si bien no todas, hay muchas ideas espectaculares e imaginativas que logran subir un poco la media. Sin embargo, no disculpa que sea un logro menor, pues por desgracia, la media del conjunto es tristemente mediocre, errática, y lo único que te deja es un franco regusto a concepto fallido de forma estrepitosa. Sigo sin explicarme cómo alguien que revolucionó de tal manera la literatura y el cine de terror, un genio capaz de maravillas como Los libros de sangre, Hellraiser o El ladrón de días, se nos descuelga con un producto tan gris, que huele por todos los costados a encargo mal resuelto (no sé en cuántas páginas me dije a mí mismo que aquello era Entrevista con el vampiro, sólo que con dos demonios y forzando la maquinaria). En fin, quiero pensar que el maestro Barker no quería escribir este libro, que era una obligación que tenía por contrato con su editorial, pues lo que quería era pintar (su gran pasión de un tiempo a esta parte) y que, en consecuencia, esa desgana se tenía que notar necesariamente en los resultados. Una lástima: pues si bien sigue siendo el maestro, esta vez lo es a base de rentas. Y no creo que sea justo ni para él ni para sus seguidores.