"La homosexualidad es la mejor tapadera que un agente pueda tener."
(El almuerzo desnudo, David Cronenberg, 1991)
Aprovechando que esta semana se ha celebrado el día del orgullo gay, me gustaría recordar a una de las figuras emblemáticas del fantástico que más y mejor ha sabido usar el género como alegoría para hablar, entre muchas otras cosas, de esta condición sexual. Me refiero al escritor norteamericano William Burroughs (Sant Louis, 1914 - Kansas, 1997). Y aún más en concreto, a su inmortal obra El almuerzo desnudo.
Recuerdo que la primera vez que pisé el barrio de Chueca, hace ahora como casi diez años, pasé por una de sus librerías (si mal no recuerdo, A different life) y me hice con un maravilloso libro titulado Con William Burroughs: Conversaciones privadas con un genio moderno (Victor Bockris, Alba Editorial S.L.). De Burroughs todo lo que yo sabía era que fue uno de los máximos exponentes de la llamada Generación Beat, pero sobre todo, que mi idolatrado David Cronenberg se lanzó en los 90 a adaptar al cine una de las pocas novelas que siempre se han considerado "imposibles de adaptar al cine" (y yo, que he leído el libro, y pese a que Cronenberg me contradiga, lo suscribo hasta cierto punto). Me refiero, naturalmente, a la polémica El almuerzo desnudo. Pero el caso es que, hasta que leí esta compilación de entrevistas hecha por Bockris, desconocía por completo muchas otras cosas, como hasta qué punto era Burroughs libre, consciente y autocrítico con respecto a su condición de homosexual. Y, por supuesto, tampoco llegué a captar hasta ese momento el alcance de su genio, capaz de construir una novela casi épica y abiertamente laberíntica en la que se carga contra todo tipo de instituciones y autoridad (desde el mundo universitario hasta el político, pasando por, ya lo sabemos, el sexual). En todo caso, puesto que me temo que de El almuerzo desnudo (libro y película) se ha dicho ya de todo, incluyéndome a mí mismo, con vuestro permiso, os dejo con una transcripción de la crítica que un servidor hizo para Labutaca.net con motivo de su (retrasadísimo) estreno en 2007.
De “El almuerzo desnudo”, la icónica novela de William S. Burroughs, siempre se dijo que era una obra imposible de filmar. Demasiado rara, demasiado escurridiza, demasiado abstracta, en fin, capaz de burlar las normas más elementales de la narrativa tal y como se había dado a conocer hasta entonces (y tal y como, en la gran mayoría de casos, se sigue conociendo hoy por hoy), la prosa de Burroughs se presentaba como una bestia salvaje, indómita y, hasta cierto punto, “peligrosa”. Sin claros protagonistas, sin un hilo conductor específico, pero con un espíritu de provocación decididamente orgánico y electrizante, la novela metía el dedo en tantas llagas que, en efecto, no es de extrañar que, a la hora de adaptar el libro a la pantalla grande, el propio David Cronenberg renunciara a hacer un retrato fidedigno de lo expuesto en aquellas páginas, por la simple razón de que, como él mismo reconoció, una película de tales características hubiera sido prohibida en la mayoría de países del mundo. Por el contrario, vio que el único camino posible era intentar captar la esencia de su fuente literaria, trasladar a fotogramas la imaginería de la misma, en lo que acabó siendo una retorcida fusión/fabulación de la vida y obra de Burroughs que, realmente, tanto tenía del mundo del gran pope de la generación beat como del director canadiense.
Visto así, no resulta demasiado sorprendente que “El almuerzo desnudo” fílmico haya tardado nada menos que dieciséis años en llegar a nuestro país (un hecho que, siguiendo la estela de su origen literario, la convirtió hasta cierto punto en “la obra imposible de estrenar”). Sin embargo, no es algo que se deba, ni muchísimo menos, a ningún tipo de polémica insalvable ni miedo a herir susceptibilidades y supuestas sensibilidades (motivos éstos, en cambio, que sí se dieron como grandes problemas para publicar el libro de Burroughs). En absoluto: el obstáculo con que se ha topado la espléndida cinta de Cronenberg en nuestro país fue, sin duda alguna, el mercantilismo galopante con que se sigue entendiendo el cine dentro de nuestras fronteras. Y es que, de algún modo, a uno le da la impresión de que “El almuerzo desnudo” (película) no llegó a las pantallas con treinta años de retraso (hay que entender que la novela data de 1959), sino posiblemente con treinta años de antelación. Claro que, hoy en día, el ojo patrio ya está quizás más habituado a las rarezas desasosegantes de autores como, pongamos, Takashi Miike, pero los 90 eran decididamente otros tiempos. Así, parece más que probable que una simbiosis tan rematadamente perfecta de mundos tan enfermizos y extremos como los de Burroughs y Cronenberg, fuese un reto demasiado frontal para nuestros distribuidores (siempre tan “preocupados” por no hacernos pensar ni experimentar más de la cuenta).
En cualquier caso, bien está lo que bien acaba, y por fin podemos disfrutar (más o menos, claro está, pues la distribución no ha dejado de ser de lo más rácana) de una de las piezas fundamentales del cine fantástico de los 90. Una joya poseedora de una belleza hipnótica y desafiante para con nuestra imaginación, definitivamente más próxima al Cronenberg más insano e inquietante, el de “Videodrome” o “eXistenZ”, que al domesticado director de “Una historia de violencia”. Lúcida reflexión sobre los infiernos de la creación literaria y, en ese sentido, malsana prima hermana del “Barton Fink” de los Coen. Fascinante por el denso ambiente que perpetra un Cronenberg en excelente forma artística, pero también por el evocador diseño de producción, simplemente asombroso, y unos intérpretes sobrecogedores en sus respectivos roles (mucha atención, sobre todo, a Judy Davis, magnética en todas las vertientes de su papel desdoblado). En resumen, una obra tan redonda que, si se le quisiera encontrar alguna falta, habría de buscarse directamente en los efectos especiales, quizás ya un tanto desfasados para el gusto actual, más adoctrinado en la sofisticación infográfica que en los animatronics. Y aún así, podríamos determinar que lo tremendamente imaginativo de muchos diseños (sobre todo, los “insectos/máquinas de escribir” y los denominados mugwumps, espectacular translación en imagen de una descripción burroughsiana particularmente imprecisa) supera con creces a muchas realidades pixeladas de última hornada. En definitiva, una obra críptica y personal, puede que incluso demasiado para la media del cine contemporáneo (con el permiso de David Lynch)... pero, tal vez por esa misma razón, imprescindible.
En definitiva, una obra perturbadora y provocativa, francamente difícil de clasificar, que no hay que dejar de ver. O de leer, por supuesto, si os queréis atrever con el (aún más críptico) libro que la originó.
Jo, pues me has animado a intentarlo de nuevo con este libro. Hace unos años intenté leerlo, cuando estaba entusiasmada con Kerouac y la generación beat... pero no sé por qué, este libro me pareció muy denso, críptico, no sé. Pero leyendo tu entrada me han entrado ganas de retomarlo e intentarlo de nuevo. además, si lo compré fue porque me llamó la atención, así que..
ResponderEliminarBueno, un saludito!!